18 julio 2006

Zidane pudo reinar - 12.7.2006

Empezaré en el estilo del gran Tony: Fútbol. Mundial. El niño del álbum de cromos está en un bar. Humo. Cerveza. No se trata de una emisión radiofónica de los 80 sino que una retransmisión por la BBC (males de la globalización). Penalti. Tira Zidane. A lo Panenka. Gol. El niño sonríe. Recuerda la portada del diario “Marca”, que retrataba Zidane con un balón y contenía la frase: “Ella también te echará de menos”. Nunca un jugador de fútbol tuvo una despedida tan bella.
Me gustan las palabras de mi vecino de la otra orilla: son sencillas. Son bellas. Y, sobre todo, son justas. Como su autor. Pero una vez más tendré que discrepar de Tony, aunque admiro su profunda, encomiable coherencia.

Ha sido un mal partido por parte de ambos equipos. Decir que Francia practicó fútbol-arte es algo que ni siquiera el francés más chovinista se atrevería a afirmar. Y no lo haría por una sencilla razón: se sonrojaría al comparar a Malouda, Ribéry et al con Giresse, Platini, Tigana y otros grandes del fútbol galo. Italia era Italia, ¿qué le vamos a hacer? Pero estaba Zidane, aunque estaba apagado. Su mejor momento, el penalti. Que ni siquiera fue penalti. Un fatalista diría que esta ya era una señal del carácter espurio del partido. Un partido en que el gran protagonista fue el arlequinesco Materazzi. Materazzi cometió el penalti inexistente, igualó el encuentro, desquició a Zidane y ayudó a Italia a ganar la tanda de penaltis. Hubiera debido ser el MVP del partido, juntamente con Zidane. Pero no por méritos futbolísticos, sino porque ambos protagonizaron una de las más bellas tragedias del fútbol.

No hablaré del ambiente de fiesta en Berlín; no hablaré de los homenajes preparados; no hablaré del decrépito Chirac, a la espera de su segundo de gloria al lado del que todos veían vencedor... Estuvo bien. Y Zidane correspondió con una de las jugadas más osadas que se recuerdan en una final de Mundial. Fue perfecto. No obstante, este partido se recordará por el cabezazo de Zidane a Materazzi.

Lo mejor es que esto pudo no haber ocurrido: un minuto antes, Zidane pudo marcar con un soberbio testarazo. De haber entrado aquél balón, el partido hubiera terminado inmediatamente y Zidane hubiera salido a hombros del estadio. Pero entonces vino Materazzi. Materazzi es un tipo rufianesco curtido en toda clase de batallas; y todavía mantiene fresco el recuerdo de las violentas tardes de fútbol callejero, recuerdo que los mensajes de “fair play” intentan acallar. Zidane, a su vez, también es un producto de los partidillos entre niños sin árbitro ni reglas: ¿de dónde vinieron sus mejores jugadas, como la alabada ruleta? De la calle, en la que los niños juegan tanto a ganar como a evitar que el adversario te dé patadas que no serán castigadas. En este sentido, la ruleta es una jugada perfecta: a la vez que Zidane evita el contacto por parte del contrario, también se pone en una posición que facilitaría propinar un codazo al rival. No nos engañemos; cualquier partido de barrio es más violento que el más reñido derby del mundo.
Materazzi, empleando la táctica de toda la vida de los defensas de la calle, trató de desestabilizar a Zidane: le insultó, le llamó nombres, dijo que su hermana era una puta. En fin, todo lo que se suele hacer en la calle. Y Zidane picó. Harto de los insultos, atacó a Materazzi a traición, con alevosía, dándole un cabezazo donde sabía que le dejaría KO. En este momento, Zidane empleó todo lo que aprendió en los arrabales de Marsella, y se portó como lo que es: un chico orgulloso que no deja que nadie insulte a sus seres queridos sin tener su merecido. Un chico humilde que no se deja humillar.

En el fondo, Zidane debería ser alabado por su acción, y no condenado por dar “mal ejemplo” a los jóvenes. Pero ¿qué es un mal ejemplo? Dejarse humillar o reaccionar ante un agravio que ensucia lo más precioso que tiene una persona? En aquél momento, Zidane se transformó en un niño de 11 años a que no importa los honores, los homenajes, la hipocresía, sino el llegar a casa, mirar a su madre y saber que un tipo cualquiera no la llamó “puta” impunemente. Y lo que se hace en la calle se queda en la calle: Zidane no dijo una sola palabra acerca del insulto de Materazzi. Es la omertà de Marsella. No importa la vana gloria (los “jours de gloire” de que habla Tony) sino la dignidad.

Vale, esto no es “fair play”. Pero el “fair play” tiene una gran contradicción: los mejores jugadores del mundo son gente que aporta al fútbol toda la picaresca de la calle (como Pelé, Maradona o Zidane). En cambio, los jugadores de “laboratorio”, es decir, los que provienen de academias de fútbol, y que entrenan con material de última generación en campos de césped artificial, sólo producen aburrimiento. En resumen: el pasado, el presente y el futuro del fútbol pasa por la calle. Y en la calle no hay “fair play”, hay broncas, racismo y – por encima de todo – instinto de supervivencia. Es una gran hipocresía decir que Zidane es un crack cuando hace un control espectacular y decir que es un traidor cuando es fiel a sus orígenes y a su gente. Lo tomas o lo dejas.

Creo que esto último es lo que Zidane transmitirá a sus hijos – y quizás no se equivoque.

Iván Rabanillo

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