18 julio 2006

Contra todos los enemigos - 17.7.2006

La crónica de esta semana empieza con un imprevisto: antes de que el gran Tony se marchara a Estocolmo, habíamos acordado que el tema de esta semana sería la visita del papa Ratzinger a Valencia. Sin embargo, antes de que pudiéramos ponernos manos a la obra con este tema, la actualidad se encargó de relegar la homilía de Ratzi a un segundo plano. Por un motivo sencillo: mucho más importante que discutir si una familia monoparental es una familia es una situación en la que personas están perdiendo lo que ellas llaman “familia” (con independencia de la clasificación papal). Y esto está ocurriendo ahora mismo en Líbano y en Israel. El apasionante debate sobre el Vaticano queda, pues, aplazado.

El día ha empezado con una nueva gafe de George W Bush en la cumbre del G-8: en una conversación privada con Tony Blair, no se ha percatado de que había micrófonos abiertos, y dijo esta frase: “Hay que hacer con que Siria convenza a Hezbolá a parar con esta mierda”. Puede que haya sido una gafe, pero esta vez Bush no ha dicho ninguna estupidez. Pese a que la mayor parte de la opinión pública europea está asentada en la idea de que los israelíes son genocidas bárbaros, creo que hay elementos por detrás de esta crisis que deben recordarse antes de llegar a una condena tan amplia de Israel:

¿De quién se defiende Israel? – En los últimos días, se ha dicho que “Israel es la única nación agresora en este conflicto” o “Líbano no constituye una amenaza a Israel”. Efectivamente, Líbano, en cuanto país y potencia militar, no es (y ni podría ser) una amenaza a uno de los ejércitos más poderosos del mundo. Con todo, se trata de un argumento que ignora el carácter fragmentario y débil del Estado libanés. Líbano es un país que todavía tiene abiertas las dolorosas heridas de una de las más cruentas guerras civiles que se recuerdan, y en el que el Estado tiene grandes hipotecas pendientes: el miedo a un nuevo conflicto entre sus facciones étnico-religiosas, la influencia de Siria (que sólo recientemente, y tras movilizaciones por parte de la población libanesa – la llamada “revolución del cedro” – retiró a sus tropas del territorio libanés, y la presencia de Hezbolá en la sociedad libanesa. Hezbolá fue el primer grupúsculo terrorista a establecer una estrategia político-social que ahora está en boga en los países de la zona: por un lado, justificaba su actuación terrorista por la resistencia al agresor sionista (con un agravante: Hezbolá puede presumir de haber resistido a Israel durante años, y de haber contribuido de forma decisiva a la retirada de las tropas israelíes del sur de Líbano), y por el otro, ha sabido aprovecharse de la ineficacia de las instituciones del Estado para crear un para-Estado popular entre la población civil, y en el que posee un control casi absoluto. Hezbolá no está bajo el control del Estado libanés; en efecto, es el Estado el que debe doblegarse ante la agenda marcada por Hezbolá y coordinada desde el exterior por sus patrocinadores, Siria e Irán. Tanto es así que en los últimos días políticos locales pedían a la comunidad internacional que les ayudaran a controlar a Hezbolá... Por tanto, la primera premisa de este conflicto es la de se trata de un conflicto entre Israel y Hezbolá, en el que un Estado inexistente paga los platos rotos de su debilidad.

¿Cómo ha empezado este conflicto? Pese a la tendencia de la prensa europea a identificar el inicio del conflicto con el secuestro de soldados israelíes, los ataques de Israel se deben al ataque con misiles perpetrado por Hezbolá en el norte de Israel. Con independencia de que la respuesta de Israel haya sido desproporcionada (lo es) y que haya causado un daño irreparable en infraestructuras de las que se beneficiaba la población civil, y no Hezbolá, hay que recordar que Hezbolá es una amenaza real y que cuenta con armamento proporcionado por Siria e Irán. En efecto, sus misiles son capaces de alcanzar a Haifa, y seguramente estarán en condiciones de atacar a Tel Aviv. La moral de sus tropas están crecidas, y ellos saben que este ataque les rendirá grandes réditos si la comunidad internacional interviene de forma poco contundente (supuesto más probable a fecha de hoy). Y este ataque de Hezbolá no fue un ataque planificado en un par de días, sino que es la consecuencia de todo un despliegue de posiciones a lo largo de la frontera con Israel. ¿Hay que parar a Hezbolá? Sí, desde luego. ¿Pero quién lo podrá detener? Desde luego, no será el Estado libanés. Pero tampoco serán los bombazos de la aviación israelí.

¿Quién gana con este conflicto? Desde luego, no es Israel. La opinión pública árabe no perdonará una nueva agresión de Israel contra un Estado árabe, y seguramente esta operación contribuirá a la radicalización de las poblaciones de los Estados vecinos (Líbano, Siria, Jordania, Egipto). La guerra de la opinión pública la tiene perdida, por más que los cazas israelíes tiren octavillas sobre Beirut con consignas de que Hezbolá es el verdadero enemigo. Lo es, pero no convencerán a nadie con bombas. Israel seguramente perderá la batalla moral, pero no pueden permitirse perder la batalla militar. Hezbolá está en condiciones de presumir de resistir al invasor sionista y podrá fortalecerse más con este conflicto, máxime si sus principales líderes logran sobrevivir. Y expandirá su autoridad moral a toda la zona. A su vez, Irán y Siria ganan mucho; tendrán en Hezbolá su punta de lanza contra Israel y, a la vez, no se ensuciarán las manos en un conflicto directo. En Damasco y Teherán reina la alegría y la impunidad.

¿Cómo terminar este conflicto? A Israel le conviene un alto al fuego en los próximos días, pero no pueden regalar la victoria moral a Hezbolá. No ayuda nada el hecho de que altos mandos militares hagan declaraciones subidas de tono, rozando la fanfarronería. Deberán retroceder (incluso porque esta ofensiva es insostenible), pero logrando una intervención internacional dura en Líbano. Naturalmente, juega en su contra el hecho de que son el país que más y más sistemáticamente ignora la legalidad internacional (al respecto, es una broma macabra que reclamen el cumplimiento, por parte de Líbano, de la Resolución de la ONU que insta a la desaparición de Hezbolá, cuando Israel incumple la Resolución que les conmina a retirarse de los territorios ocupados en Palestina). En el fondo, esto no terminará. Como en la película “Free Zone”, del cineasta israelí Amós Gitai, que empieza con una imagen picassiana de Natalie Portman llorando mientras una canción espeluznante describe una espiral de violencia que nunca termina, que no puede terminar.

Iván Rabanillo

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