19 septiembre 2006

Así que pasen cinco años - 18.09.2006


Hace cinco años, yo y dos de mis mejores amigos vivíamos en un piso en la calle Sant Antoni María Claret de Barcelona. Era el final del verano, y recuerdo que era un día soleado. También recuerdo que aquél día era festivo: fiesta nacional de Cataluña, y una fecha especialmente simbólica – 25 años antes, en Cataluña se celebraba la primera diada legal de una España que poco a poco aprendía a ser democrática. A las 2 y media de la tarde, los tres estábamos en casa, y tratábamos, con escasa pericia culinaria, de preparar unos tortellini de cuyo aspecto no quiero acordarme... El televisor estaba encendido; en la Primera se hablaba de un accidente aéreo en Nueva York (curioso: también era un día soleado aquí). Creo que no le hice mucho caso a la noticia; seguí en la cocina. Hasta que desde el salón uno de mis amigos dijo, como si no entendiese lo que veía: “Pero si viene otrooooo”... No terminó de decirlo.

Lo que vino después lo recuerdo con aun menos exactitud: el silencio, el desplome, las noticias acerca de otros aviones secuestrados en los Estados Unidos. Nadie comprendía lo que sucedía, pero en algunas horas ya se hablaba de una vinculación con el mundo árabe (recuerdo las imágenes de un pálido Arafat donando sangre, con una expresión que parecía decir “si alguno de los nuestros está metido en esto, ahora sí estamos jodidos”). Después, nombres desconocidos empezaron a aparecer: un cierto Osama Bin Laden, los talibanes de Afganistán, un cierto Mulá Omar (¿qué habrá sido de él?), de los que nunca habíamos oído hablar en Occidente. Perdonad: nunca habíamos oído hablar. Porque en aquella época nadie hablaba en términos de “Occidente” y “Oriente”, como ocurre hoy. Creo que esto basta para desmontar teorías sobre la irrelevancia histórica del 11-S, como la que formuló William Dobson en la edición de este mes de Foreign Policy...

Lo que vino después se conoce bien: al dolor sobrevino la rabia, el señor Bush, hasta entonces un personaje borroso del que sólo sabíamos que tenía fama de poco ilustrado y que se había hecho con el poder en Estados Unidos de forma sospechosa, se dio a conocer, y Afganistán, Guantánamo, Irak... el fin de la pax americana de los años Clinton (en Europa, la edad de la inocencia iniciada con la caída del Muro de Berlín había encontrado un tempranero epílogo en los Balcanes), de la exuberancia irracional de los mercados, de la fe en el dios Globalización, la irresistible decadencia del señor Blair y de su tercera vía...

A la luz de los eventos posteriores, podemos tener la tentación de reescribir, si no la historia real, la historia de nuestros sentimientos. Hoy, parece obvio que la terrible pérdida de los americanos en el 11-S no supone mucho, en términos cuantitativos, en comparación con el tsunami de 2004, el paso de Katrina por Nueva Orleáns o el hambre en Darfur... Pero no sentimos este dolor como nuestro. ¿Por qué? Porque, en el fondo, existe "nuestro" dolor y el dolor de los demás.

Asumo mi hipocresía. Admito que aun hoy la tragedia del 11-S me llega con más fuerza al corazón que tantas tragedias anónimas que ocurren entre gente que no identifico como miembros de mi "tribu". Porque puedo imaginarme a mí mismo, o a mi querido amigo Tony, cogiendo un avión a primera hora de la mañana o mirando el skyline de cualquier ciudad desde la ventana de un edificio de oficinas... antes de ser víctima del gran Azar que de repente rompe todos los esquemas de nuestro mundo cómodo y perfecto. Como en aquella mañana de septiembre.

El 11-S se ha vivido en Nueva York de una forma extraña. La prensa local (es decir, el New York Times) suele ser bastante crítica con la Administración Bush, pero no se ha mojado demasiado en relación con el legado histórico del 11-S. Nadie se atreve a decir "debemos pasar página", aunque esto empieza a notarse. El martes pasado, pese a la celebración del aniversario del 11-S, la vida en la ciudad seguía absolutamente normal, con el mismo ajetreo de siempre. Además, puede apreciarse algún cambio en cómo la gente recuerda el 11-S: quizás ahora no se pregunta tanto "por que esto nos ha pasado a nosotros", sino que la gente se limita a recordar las personas que tuvieron la desdicha de estar allí aquél día. Curiosamente, el momento más emotivo de la ceremonia fue el momento en que se leyeron los nombres de las víctimas de aquél día (una señal inequívoca de duelo individualizado).

Bush aparte, nadie ha dicho demasiado que los muertos del 11-S eran "nuestros héroes" (por cierto, se le criticó por el uso electoralista de las celebraciones - otra buena señal), ni se ha adoptado un discurso colectivista. A los que han intentado utilizar el recuerdo del 11-S como un elemento de propaganda patriotera (como el telefilme “The path to 9/11”, emitido por la cadena ABC, que tenía pretensiones de documental pero que inventaba descaradamente escenas que jamás ocurrieron), se les ha criticado con dureza. Incluso los libros y películas que empiezan a tratar del tema tienen un enfoque mucho más individualista: películas como "United 93", o novelas como "Extrelemely loud and incredibly close" (Tan fuerte, tan cerca, en edición de Lumen) o "The Emperor´s children" (que será el gran éxito de la rentrée literaria en NY) evitan la retórica grandilocuente.

No obstante, el futuro no invita al optimismo: mientras el dolor del 11-S remite, dos de sus efectos colaterales (la doctrina del choque de civilizaciones y el fundamentalismo religioso cristiano) siguen plenamente vigentes. La cadena Fox, brazo armado del oscurantismo mundial (me atrevo a decirlo así, ya que entre sus colaboradores cuenta con gente de todos los rincones del mundo, como el expresidente Aznar), ha anunciado recientemente que estrenará un nuevo canal, llamado "Fox Faith", dedicado únicamente a la emisión de programas y películas de contenido religioso (presumiblemente cristiano). La primera emisión de la cadena será la película "La pasión de Cristo" (como no), de "Mad Mel" Gibson. Que, por cierto, ha desarrollado un mecanismo interesante de reacción a las adversidades: si le detienen por conducir borracho, grita que la culpa la tienen los "putos judíos". De haber una escala Richter del antisemitismo, esto sería un 10, vamos...

(En términos de locura, sólo se me ocurre compararlo a los que sostienen que el 11-S fue un montaje de la CIA y del lobby judío para joder a los musulmanes (en realidad, todas las "supuestas" víctimas viven ahora en Minneapolis), o a los que defienden que el 11-M fue obra de una joint-venture entre ETA y Al-Qaeda... Por desgracia, hay más gente que se cree esto de lo que nos gustaría admitir...)

Bueno, nos estamos poniendo serios otra vez... Amigo Tony, ayer estuve hablando por teléfono con tu queridísima esposa, que me hizo saber que hay un clamor popular para que tratemos de uno de los temas "programáticos" de nuestro blog: el sexo. En efecto, en este blog ya hubo deporte, política y mucha, mucha caña, pero de sexo y ritos hispánicos, ná. Si te parece, yo empiezo, ya que vivir en una ciudad que la tele asocia con el sexo (Sex and the city ha subido mucho el caché sexual de la Manzana) me da ese derecho, ¿no crees?

Iván Rabanillo

Copyright de la foto: USA Today

12 septiembre 2006

Septiembre: mitos gemelos - 11.9.2006

Hace hoy cinco años, mi hermana vino a la cocina a decirme con cara compungida: “¡Han tirado las torres en las que estuviste tú, Tony!”. Y el mundo cambió. O no tanto. Cinco años después, mi hermana y yo estuvimos en esa ciudad de la otra orilla, querido Iván. ¡Cómo no sentirse parte de ella, ciudadanos de ella, si desde pequeños la hemos sentido como nuestra gracias al cine y a la TV! Hoy, desde la vieja Europa, la fecha obliga a dejar para una próxima entrega algunas pinceladas clarificadoras de mi reciente escaramuza dialéctica con el Terrible –nos encontraremos en el centro del océano ideológico…y estoy seguro que las coordenadas estarán a la izquierda en el mapa-, así como las impresiones de mi nueva vida junto a Mayra en el reino del chocolate y la cerveza.

Durante muchos años, para mí y muchas personas más, el 11 de septiembre ha sido una fecha de duelo desde aquel martes en 1973 en que Chile perdió su democracia en un golpe militar. Y hace cinco años, casi tres décadas después, el azar de la historia quiso imponer otra vez, en el mismo país que todos culpamos por el golpe de esa terrible fecha, también en martes, un 11 de septiembre lleno de muerte. Mi homenaje al “abuelo” Allende y a todos los chilenos que defendieron la democracia y el socialismo. Sin ser perfectos, dieron esperanzas que otros muchos defraudaron.

A pesar de las fechas gemelas, las diferencias y distancias que separan la fecha chilena de la norteamericana son, debemos admitir, considerables. El enfermizo ataque terrorista a la nación más poderosa sobre la tierra ha tenido y tendrá consecuencias en toda la humanidad. Mientras que muy pocos de los seis mil millones de habitantes que viven hoy en día pueden recordar o identificar qué pasó en Chile.

Una manera en la que los norteamericanos pueden superar su trauma es admitiendo que su sufrimiento no es único.

El duelo de EE.UU. por lo que sucedió ha sido inmenso e inmensamente público. Hubiese sido grotesco esperar que midiera o modulara su angustia. Pero, también es una lástima que, en lugar de utilizarla como una oportunidad para tratar de comprender por qué sucedió el 11 de septiembre, los estadounidenses la aprovecharon como una oportunidad para usurpar todos los sufrimientos del mundo, para llorar sólo los propios y buscar venganza. Porque entonces nos corresponde a los demás formular las preguntas difíciles y decir las cosas duras. Y por nuestros dolores, por ser inoportunos, tal vez no nos quieran. Seremos ignorados y tal vez hasta silenciados.

Lo que pasó desde entonces - la mal llamada operación Libertad Duradera contra Afganistán, la invasión de Irak - ha sido una gran mentira. Afganistán es hoy un país más devastado y caótico que nunca. Los talibanes siguen en las montañas con Bin Laden. Las mujeres, a pesar de las vergonzosas imágenes publicitarias de la CNN, siguen con burka. Lo de Irak es una desfachatez increíble.


Todo ello se ha realizado supuestamente para mantener el modo de vida estadounidense ("American way of life") y extender la democracia en el mundo. Probablemente terminará desbaratando ambas cosas por completo. Diseminará más rabia y más terror por todo el mundo. Para la gente corriente en EE.UU., significará vidas vividas en un clima de incertidumbre perniciosa: ¿Estará seguro mi niño en la escuela? ¿Habrá gas tóxico en el metro? ¿Una bomba en la sala de cine? ¿Volverá mi ser amado a casa esta noche?

El año pasado, en la orilla en la que se ha instalado mi querido Iván, pude percibir esa psicosis un tanto ridícula de los americanos. Comprensible, pero patética a la vez. Porque muchos ciudadanos americanos apoyan - consciente o inconscientemente - un clima de terror en el mundo, o al menos viven de espaldas a la verdad debido a la complicidad de los altavoces mediáticos del poder industrial y militar que gobierna Estados Unidos desde hace décadas.
El gobierno de EE.UU., y sin duda los gobiernos en todo el mundo, han utilizado el clima de guerra como una excusa para limitar las libertades cívicas, negar la libertad de expresión, despedir trabajadores, perseguir a minorías étnicas y religiosas, reducir los gastos públicos y desviar inmensas sumas de dinero a la industria bélica. ¿Para qué? El presidente Bush no puede ni librar al mundo de malvados ni llenarlo de santos. Es absurdo que el gobierno de EE.UU. llegue a jugar con la noción de que podría eliminar el terrorismo mediante más violencia y más opresión. El terrorismo es el síntoma, no la enfermedad. El terrorismo no tiene patria. Es transnacional, una empresa tan global como Coca Cola o Pepsi o Nike. Al primer signo de peligro, los terroristas pueden levantar sus carpas y trasladar sus fábricas de un país a otro, buscando mejores condiciones. Igual que las multinacionales.

Puede que el terrorismo como fenómeno no desaparezca jamás, pero si ha de ser coartado, el primer paso es que EE.UU. por lo menos reconozca que comparte el planeta con otras naciones, con otros seres humanos que, aunque no aparezcan en la televisión, tienen amores y pesares e historias y canciones y penas y, por amor del cielo, derechos.

Lo segundo que deberían hacer los ciudadanos estadounidenses es reflexionar: los ataques del 11 de septiembre fueron una monstruosa tarjeta de visita de parte de un mundo que se ha estropeado terriblemente. El mensaje puede haber sido escrito por Bin Laden y entregado por sus mensajeros, pero también podría haber sido firmado por los fantasmas de las víctimas de las antiguas guerras de EE.UU. Los millones muertos en Corea, Vietnam y Camboya, los miles de caídos cuando Israel, respaldado por EE.UU., invadió Líbano en 1982, los millones de iraquíes fallecidos a manos de Saddam –dictador colocado por EE.UU.- y luego a manos de los bravos marines americanos, los miles de palestinos que han muerto combatiendo contra la ocupación de Israel de Cisjordania. Y los millones que sucumbieron, en Yugoslavia, Somalia, Haití, Nicaragua, El Salvador, República Dominicana, Panamá, a manos de todos los terroristas, dictadores y genocidas que el gobierno de EE.UU. ha apoyado, entrenado, financiado y provisto de armamento. Y es una lista que está lejos de ser exhaustiva.

Para un país implicado en tanta guerra y tanto conflicto, el pueblo de EE.UU. ha sido extremadamente afortunado. Los ataques del 11 de septiembre fueron sólo los segundos en suelo estadounidense en más de un siglo. El primer fue Pearl Harbour. La represalia por este ataque tomó un largo camino, pero terminó con Hiroshima y Nagasaki. Después del 11-S, el mundo contuvo y aún contiene la respiración ante los posibles horrores que lo esperan. Irán tal vez sea el próximo.

Alguien –tal vez fuese Michael Moore en su reciente documental Fahrenheit 9/11- dijo recientemente que si Osama Bin Laden no existiera, EE.UU. tendría que inventarlo. Pero, en cierto modo, EE.UU. lo inventó. Estaba entre los yihadis que entraron en Afganistán en 1979 cuando la CIA comenzó sus operaciones en el país.

Pero, ¿quién es realmente Osama Bin Laden? Permítanme que lo formule de otra manera. ¿Qué es Osama Bin Laden?. Es un secreto de familia de EE.UU. Es la siniestra contrafigura del presidente de EE.UU. El salvaje mellizo de todo lo que pretende ser bello y civilizado. Ha sido esculpido de la costilla de un mundo devastado por la política exterior de EE.UU.: su diplomacia de cañonera, su arsenal nuclear, su escalofriante desprecio por las vidas no-estadounidenses, sus bárbaras intervenciones militares, su apoyo a regímenes despóticos y dictatoriales, su despiadada agenda económica que ha devorado las economías de los países pobres como una nube de langostas. Ahora que se ha divulgado el secreto de familia, los mellizos se están fusionando y poco a poco parecen intercambiables. Sus cañones, bombas, dinero y drogas han estado dando vueltas hace tiempo. (Los misiles Stinger que dieron la bienvenida a los helicópteros de EE.UU. en Afganistán fueron suministrados por la CIA).

Ahora Bush y Bin Laden han llegado a copiarse mutuamente la retórica. Cada cual se refiere al otro como "la cabeza de la serpiente". Ambos invocan a Dios y utilizan la vaga divisa milenaria del bien y el mal como su jurisdicción. Ambos están involucrados en crímenes políticos inequívocos. Ambos están peligrosamente armados, uno con el arsenal nuclear de su obsceno poderío, el otro con el poder incandescente, destructivo de los que han perdido espantosamente toda esperanza. La bola de fuego y el punzón. Las torres gemelas de poder. Lo importante es recordar que ninguno de los dos es una alternativa aceptable al otro.

El ultimátum del presidente Bush a la gente del mundo es: “si no estáis con nosotros, estáis contra nosotros”; un trozo de presuntuosa arrogancia. No es una alternativa que la gente quiera, necesite, o deba tener que elegir.

Puede que este artículo parezca especialmente duro, culpabilizador o incluso “antiamericano”. No es mi intención. El más alto respeto a las víctimas exige rigor. Los caminos para reducir el terrorismo, ya apuntadas en mi anterior artículo, van en otra dirección a la seguida por los responsables de muchos países, EEUU a la cabeza. Así que esperemos que el mañana nos depare mejores septiembres.

Tony Fernandez

02 septiembre 2006

La otra orilla - 8.9.2006

A pesar de que el objetivo de este blog no es contar las vicisitudes de las vidas de estos servidores que lo alimentan, he considerado necesario hablar de algo más personal esta semana, y por un motivo sencillo: “Las dos orillas” se ha planteado como un diálogo entre dos amigos instalados en Nueva York y Bruselas, respectivamente. Y esta circunstancia no se había producido hasta ahora – ambos enviábamos nuestros artículos desde Barcelona. Por ello, me ha parecido conveniente informar que ya he ocupado mi posición en la orilla que me corresponde (la de Nueva York), desde el pasado día 21 de agosto. Por cierto, volé con British Airways, vía Heathrow, y también me he sentido acojonado.

Nueva York. Aunque ninguna de mis impresiones de primerizo en America suponga una novedad para mi compañero del otro lado del océano (basta con decir que Tony vivió el año pasado en la misma residencia universitaria en la que resido ahora), quizás a los pocos lectores de este cuaderno les interese alguna descripción de cómo se ve esto en comparación con la supuestamente vieja Europa...

Al llegar, ya he tratado de hacerme con munición informativa para hacer frente a mi lejano amigo: me he suscrito al New York Times, a revistas como The New Yorker y The Economist (que sólo me empezarán a llegar en 4-6 semanas...) Espero poder leer el Times: para que el no ha tenido la posibilidad de leerlo, basta con decir que mitad la edición de domingo del periódico les llega a los suscriptores el sábado – para que les dé tiempo de leerlo todo... He tenido mi primera aventura dominical con el Times el sábado pasado, y confieso que me he dejado todo el día leyéndolo... Incluso empiezo a creer que aquella sensación agradable de abrir la puerta de casa por las mañanas y encontrar las noticias del día justo antes del desayuno se va a convertir en un trabajo de Sísifo: los diarios de días anteriores pronto empezarán a formar una montaña de papel, a la que miraré angustiado... A ver si aguanto...

Al hablar de revistas, hay que hablar también de cómo pagarlas: debido a un sistema bancario que me parece un horror pero que a los estadounidenses les parecerá buenísimo, no puedo tener una tarjeta de crédito. No puedo tener una tarjeta de crédito porque no tengo un historial de crédito (es decir, no hay constancia de que yo, un “non-resident alien” haya consumido lo suficiente para que una agencia de crédito me considere como un tío solvente...). Pero el Catch-22 es el siguiente: no tengo crédito porque nunca he tenido una tarjeta de crédito; pero no puedo tener una tarjeta de crédito porque no tengo crédito... Además, no tengo una tarjeta de la seguridad social, que se llama así pero que en realidad, tiene muy poco que ver con la seguridad social... Difícil comprenderlo, ¿no? Pero es así. Además, parece que todo aquí funciona con cheques: recibo mi generosa beca a través de un cheque que me llega por correo; el otro día el Citibank me ha enviado una caja llena de cheques, que espero no utilizar.

Porque gastar aquí es fácil. Se habla mucho del consumismo yanqui: y seguramente lo que dicen será verdad. Te impresiona ver como durante los siete días de la semana (festivos incluidos) los comercios, grandes y pequeños, están abiertos, y con horarios absurdos desde la perspectiva europea. Incluso en su “Labor Day” (su día del trabajo), todo estaba abierto... No quiero ponerme en plan Tony, pero intuyo que la precariedad laboral tiene que ser tremenda en una ciudad en la que muchísima gente trabaja por las propinas... Pero como soy un “neocon” en los sentidos anglófono y francófono, debo expresar mi profunda y egoísta satisfacción personal al poder hacer la compra de la semana un domingo por la tarde, y por jamás estar agobiado pensando que tengo que ir a comprar algo en un determinado día... Me da mucha pena el proletariado local, pero mis suspiros no se oyen entre el ruido de la impresión de los recibos de las tarjetas de crédito...

Cosas maravillosas de aquí: el deporte. Como nadie, absolutamente nadie, habla de fútbol, me siento en el paraíso. Tras un mundial de lo más decepcionante, necesitaba una temporada sin Ronaldinho$, y aquí estoy como en casa. Miro la tele y hay deporte todo el tiempo, pero como no entiendo sus juegos locales (haré un intento de entender el béisbol el próximo viernes, en el que iré a un partido de los Mets contra los Dodgers de Los Angeles – que un día fueron de Brooklyn), me da igual. La ausencia de pasión puede ser algo bello.

Hablando de tele, impresiona la total ausencia de noticias internacionales. Hay cientos de canales, pero todos hablan de noticias locales, y si hay algo internacional, es sobre Irak o Irán, y en términos muy Fox News: mucho TERROR (así, en mayúsculas), muchas ARMAS, mucha AMENAZA. Por lo demás, mucho programa tonto sobre quinceañeras, y fórmulas mágicas para todo en este mundo. Hasta la MTV, que en España mete caña al conservadurismo religioso (ver el anuncio de “Amo a Laura”), aquí tiene unos programas estilo “my big fat sweet sixteen” en los que adolescentes histéricas con problemas de sobrepeso chillan incesantemente y piden a sus papis un BMW. Así es.

Bueno, ya iré contando historias de lo que ocurre en Nueva York, y espero que Tony haga lo mismo desde Bruselas. Antes de terminar, empero, quería hacer un par de comentarios al último artículo de Tony: en primer lugar, debo decir que estoy de acuerdo con muchos de sus planteamientos, y que incluso me ha hecho gracia lo de llamar a su tocayo Blair “Darth Blair”. Y seguramente habría matizado algo de lo que he dicho en el ya lejano 12 de agosto (2 días después de la alerta), ya que por aquél entonces no podría saber que, más un mes después, no se habrían aportado pruebas de los supuestos planes terroristas, y que los sospechosos detenidos seguirían incomunicados... Tony boy, que ha contestado a mi artículo el día 2 de septiembre (21 días después de mi artículo) tenía, pues, una ventaja considerable. Como si en una carrera de 100 metros lisos yo saliese con ocho segundos de desventaja. O como si en un duelo (estilo Barry Lyndon), yo disparara primero y Tony, acto seguido, se fuera a casa, desayunara, echara una siesta, entrenara un par de horas y después volviese a rematarme. Como bien sabrá Tony, la historia suele dar la razón al que más espera...

Por último, creo que ya ha quedado claro que Tony me ha instalado en la orilla de la derecha. Pero lo que ocurre es que Tony a veces desplaza sus interlocutores a su derecha, especialmente cuando dice cosas como que “la huelga es y será huelga aunque la ley no la acoja en su seno”. En mi opinión, puede ser muy peligroso cuestionar la legitimidad de una ley o afirmar la legitimidad de actos contrarios a la ley; un ejemplo de ello podría ser lo que viene ocurriendo en México, donde López Obrador viene manteniendo un pulso con el Estado por el resultado de las elecciones a la presidencia. López Obrador también quiere algo que no está en la Ley; y su discurso está plagado de referencias a la “voluntad popular”, de la que él se considera portavoz... Una situación muy peligrosa, y que invita a reflexionar acerca de qué es la democracia. Yo tengo mi opinión; seguramente Tony tendrá la suya – pero no la discutiremos ahora.

Porque Nueva York se prepara para el quinto aniversario del 11-S.

Propongo, camarada Tony, que seas el primero a escribir sobre el tema. Yo me comprometo a contestar rápidamente. Un abrazo desde Nueva York,


Iván Rabanillo

Manos arriba (esto es...un aeropuerto) - 2.9.2006

Iván, güey: me asombras. Recién recuperado de una insufiencia tecnológica aguda (perdonen las molestias los -pocos- lectores…) y de un mes de agosto con cierta resaca de bodorrio a la española (con música de Paquito chocolatero incluida!), me encuentro con que estás realmente empeñado en que me preocupe por tus simpatías ocasionales hacia la causa del Imperio. Unos meses más al otro lado del Atlántico y te requerirán de portavoz cibernético los “neocons” [los francoparlantes notarán la ironía de este apelativo] de George Bush.

Primero fue la represión intelectual a los empleados huelguistas de Iberia con argumentos legalistas sobre la huelga (la huelga, camarada becario, es y será huelga aunque la ley no la acoja en su seno). Ahora me vienes, en tu última contribución centrada en las medidas tomadas en agosto en los aeropuertos británicos contra un supuesto plan terrorista, con que -y cito- “habrá que felicitar el trabajo llevado a cabo por los servicios de inteligencia de los países involucrados (Reino Unido y Pakistán)”.

Para que veas, cual Luke Skywalker en mis sueños infantiles (no, no soñaba entonces con ser abogado…aunque ver a Robert Redford en Peligrosamente juntos me hizo reconsiderarlo…), recojo el guante: esta vez te has pasado (al lado oscuro) alabando la última pantomima veraniega de la guerra contra el terror (¿o será para el terror?), liderada esta vez por Darth Blair y los agentes al servicio de su Majestad.

Hemos asistido en las últimas semanas a un bombardeo (sic) de noticias acerca de la actuación de los servicios de “inteligencia” (el entrecomillado es mío) británicos para desbaratar múltiples planes terroristas que pretendían hacer explotar aviones entre el Reino Unido y Estados Unidos. Resultados predecibles de esa supuesta operación antiterrorista: 1) caos en los aeropuertos de medio mundo; 2) más psicosis y más terror entre la gente que viajaba en avión; 3) abominables y absurdas medidas de seguridad en los aeropuertos… y fuera de ellos.

Como privilegiado viajero habitual en avión, te diré que desde el 11-S (sobre el que volveremos en unos días, cómo no) ir a un aeropuerto es un ejercicio estresante: estoy harto de ver la rudeza de los guardias en los controles de los aeropuertos, cómo me manosean, cómo lanzan mis pertenencias por la cinta sin miramientos, cómo me escrutan para ver si llevo una bomba en mi interior. Se siente uno acojonado (sin perdón).

Eso como viajero. Como ciudadano, ya ni te cuento. La CIA (o sus colegas del MI5 en Londres) me puede descerrajar sin más un tiro legalmente porque la licencia para matar está convalidada ya no sólo en las pelis de Bond James Bond sino en la realidad.

Y todo eso…¿por nuestra seguridad? Pues yo me siento más inseguro.

Primero, porque como he dicho me acojonan. Si me encuentran un cortauñas en el equipaje de mano o mi jeta sin afeitar les recuerda a algún miembro de Al-Qaeda, igual me envían 5 días a una celda, sin abogado, y sin derecho a avisar a nadie. No se lo deseo a nadie inocente. He leído que en Florida privaron de libertad 24 horas a una señora por llevar una sustancia sospechosa en el biberón…según dicen porque ahora los terroristas podrían utilizar líquidos para fabricar bombas…increíble. Hace siglos que los líquidos pueden servir de explosivo, pero nos venden noticias de este tipo para demostrar que los malvados están maquinando constantemente para cargarse más gente.

Y segundo, porque esas medidas son ineficaces en la mayor parte de los casos. El otro día me subí al avión sin darme cuenta con brocas de taladro (!) y no me impidieron el paso. Los guardias de Barajas o El Prat miran el 80% del tiempo hacia otra parte en las pantallas de rayos X. Los cacheos, con los agobios propios del aeropuerto, casi nunca son exhaustivos de verdad (ya de hacerlos, digo yo que la coherencia dicta que deberían hacerlos “bien”, latex incluido).

Con mis comentarios no quiero frivolizar. Hemos visto muchas personas muertas por atentados terroristas a nuestro alrededor. Y más allá de los muros y alambradas de nuestros países “civilizados” (que esos también mueren, no sólo los del 11-S, los del 11-M y los del 7-J). Hay amenazas reales de gente chalada. Pero no se solucionarán –y en esto soy categórico- por la acción de agencias de espías que actúan al margen de la ley.

No necesitamos misteriosas operaciones de las que nunca se sabe nada concreto, sólo que sirven para que los gobiernos y sus soldaditos invadan nuestra intimidad, nuestros emails, teléfonos, etc. sin control alguno y suspendan arbitrariamente derechos fundamentales. No necesitamos 23 detenidos que permanecen casi un mes sin ser puestos a disposición de un juez (¿qué les hacen durante ese tiempo?, digo yo…, aparte de torturarles con los peores métodos).

No más Guantánamos. Nada de eso sirve para prevenir atentados. Dejen de investigar en instalaciones gubernamentales (no hace falta ir a Irán para eso) nuevos métodos mortíferos de gran alcance. Dejen de financiar directa e indirectamente grupos de chalados en el mundo entero (léanse si pueden el interesante aunque expresionista testimonio de Robert Baer en Soldado de la CIA sobre lo patética que se ha vuelto esa agencia y las demás que funcionan en EE.UU en temas de seguridad nacional). Si arman grupos terroristas hasta los dientes para que desestabilicen países cuando les interesa –hay muchos ejemplos-, no esperen luego que se porten bien cuando otro les paga más para desestabilizar al suyo. Hagan uso de mecanismos de cooperación judicial internacional –siempre que haya garantías para los detenidos-. Hagan uso de la cooperación policial (que no militar!) dentro de la legalidad. Acaben con los paraísos fiscales que sirven de depósito a todos los Bin Laden de este mundo.

Es vergonzoso que casi nadie ponga el acento en estas medidas. Querido Iván, podemos comentar este tipo de noticias al estilo analista Financial Times y darnos una palmadita en la espalda por lo bien que parecen haber funcionado los 007 de este mundo. Pero si nos ponemos serios, esto no es una partida de póquer. Hay que hacer frente a los verdaderos problemas. Y eso pasa, además de por lo mencionado arriba, porque se acaben las mentiras y las medias-verdades contadas a través de la Fox y la CNN.
Que la fuerza nos acompañe.
Tony Fernández (desde Zaventem, aeropuerto de Bruselas)