12 septiembre 2006

Septiembre: mitos gemelos - 11.9.2006

Hace hoy cinco años, mi hermana vino a la cocina a decirme con cara compungida: “¡Han tirado las torres en las que estuviste tú, Tony!”. Y el mundo cambió. O no tanto. Cinco años después, mi hermana y yo estuvimos en esa ciudad de la otra orilla, querido Iván. ¡Cómo no sentirse parte de ella, ciudadanos de ella, si desde pequeños la hemos sentido como nuestra gracias al cine y a la TV! Hoy, desde la vieja Europa, la fecha obliga a dejar para una próxima entrega algunas pinceladas clarificadoras de mi reciente escaramuza dialéctica con el Terrible –nos encontraremos en el centro del océano ideológico…y estoy seguro que las coordenadas estarán a la izquierda en el mapa-, así como las impresiones de mi nueva vida junto a Mayra en el reino del chocolate y la cerveza.

Durante muchos años, para mí y muchas personas más, el 11 de septiembre ha sido una fecha de duelo desde aquel martes en 1973 en que Chile perdió su democracia en un golpe militar. Y hace cinco años, casi tres décadas después, el azar de la historia quiso imponer otra vez, en el mismo país que todos culpamos por el golpe de esa terrible fecha, también en martes, un 11 de septiembre lleno de muerte. Mi homenaje al “abuelo” Allende y a todos los chilenos que defendieron la democracia y el socialismo. Sin ser perfectos, dieron esperanzas que otros muchos defraudaron.

A pesar de las fechas gemelas, las diferencias y distancias que separan la fecha chilena de la norteamericana son, debemos admitir, considerables. El enfermizo ataque terrorista a la nación más poderosa sobre la tierra ha tenido y tendrá consecuencias en toda la humanidad. Mientras que muy pocos de los seis mil millones de habitantes que viven hoy en día pueden recordar o identificar qué pasó en Chile.

Una manera en la que los norteamericanos pueden superar su trauma es admitiendo que su sufrimiento no es único.

El duelo de EE.UU. por lo que sucedió ha sido inmenso e inmensamente público. Hubiese sido grotesco esperar que midiera o modulara su angustia. Pero, también es una lástima que, en lugar de utilizarla como una oportunidad para tratar de comprender por qué sucedió el 11 de septiembre, los estadounidenses la aprovecharon como una oportunidad para usurpar todos los sufrimientos del mundo, para llorar sólo los propios y buscar venganza. Porque entonces nos corresponde a los demás formular las preguntas difíciles y decir las cosas duras. Y por nuestros dolores, por ser inoportunos, tal vez no nos quieran. Seremos ignorados y tal vez hasta silenciados.

Lo que pasó desde entonces - la mal llamada operación Libertad Duradera contra Afganistán, la invasión de Irak - ha sido una gran mentira. Afganistán es hoy un país más devastado y caótico que nunca. Los talibanes siguen en las montañas con Bin Laden. Las mujeres, a pesar de las vergonzosas imágenes publicitarias de la CNN, siguen con burka. Lo de Irak es una desfachatez increíble.


Todo ello se ha realizado supuestamente para mantener el modo de vida estadounidense ("American way of life") y extender la democracia en el mundo. Probablemente terminará desbaratando ambas cosas por completo. Diseminará más rabia y más terror por todo el mundo. Para la gente corriente en EE.UU., significará vidas vividas en un clima de incertidumbre perniciosa: ¿Estará seguro mi niño en la escuela? ¿Habrá gas tóxico en el metro? ¿Una bomba en la sala de cine? ¿Volverá mi ser amado a casa esta noche?

El año pasado, en la orilla en la que se ha instalado mi querido Iván, pude percibir esa psicosis un tanto ridícula de los americanos. Comprensible, pero patética a la vez. Porque muchos ciudadanos americanos apoyan - consciente o inconscientemente - un clima de terror en el mundo, o al menos viven de espaldas a la verdad debido a la complicidad de los altavoces mediáticos del poder industrial y militar que gobierna Estados Unidos desde hace décadas.
El gobierno de EE.UU., y sin duda los gobiernos en todo el mundo, han utilizado el clima de guerra como una excusa para limitar las libertades cívicas, negar la libertad de expresión, despedir trabajadores, perseguir a minorías étnicas y religiosas, reducir los gastos públicos y desviar inmensas sumas de dinero a la industria bélica. ¿Para qué? El presidente Bush no puede ni librar al mundo de malvados ni llenarlo de santos. Es absurdo que el gobierno de EE.UU. llegue a jugar con la noción de que podría eliminar el terrorismo mediante más violencia y más opresión. El terrorismo es el síntoma, no la enfermedad. El terrorismo no tiene patria. Es transnacional, una empresa tan global como Coca Cola o Pepsi o Nike. Al primer signo de peligro, los terroristas pueden levantar sus carpas y trasladar sus fábricas de un país a otro, buscando mejores condiciones. Igual que las multinacionales.

Puede que el terrorismo como fenómeno no desaparezca jamás, pero si ha de ser coartado, el primer paso es que EE.UU. por lo menos reconozca que comparte el planeta con otras naciones, con otros seres humanos que, aunque no aparezcan en la televisión, tienen amores y pesares e historias y canciones y penas y, por amor del cielo, derechos.

Lo segundo que deberían hacer los ciudadanos estadounidenses es reflexionar: los ataques del 11 de septiembre fueron una monstruosa tarjeta de visita de parte de un mundo que se ha estropeado terriblemente. El mensaje puede haber sido escrito por Bin Laden y entregado por sus mensajeros, pero también podría haber sido firmado por los fantasmas de las víctimas de las antiguas guerras de EE.UU. Los millones muertos en Corea, Vietnam y Camboya, los miles de caídos cuando Israel, respaldado por EE.UU., invadió Líbano en 1982, los millones de iraquíes fallecidos a manos de Saddam –dictador colocado por EE.UU.- y luego a manos de los bravos marines americanos, los miles de palestinos que han muerto combatiendo contra la ocupación de Israel de Cisjordania. Y los millones que sucumbieron, en Yugoslavia, Somalia, Haití, Nicaragua, El Salvador, República Dominicana, Panamá, a manos de todos los terroristas, dictadores y genocidas que el gobierno de EE.UU. ha apoyado, entrenado, financiado y provisto de armamento. Y es una lista que está lejos de ser exhaustiva.

Para un país implicado en tanta guerra y tanto conflicto, el pueblo de EE.UU. ha sido extremadamente afortunado. Los ataques del 11 de septiembre fueron sólo los segundos en suelo estadounidense en más de un siglo. El primer fue Pearl Harbour. La represalia por este ataque tomó un largo camino, pero terminó con Hiroshima y Nagasaki. Después del 11-S, el mundo contuvo y aún contiene la respiración ante los posibles horrores que lo esperan. Irán tal vez sea el próximo.

Alguien –tal vez fuese Michael Moore en su reciente documental Fahrenheit 9/11- dijo recientemente que si Osama Bin Laden no existiera, EE.UU. tendría que inventarlo. Pero, en cierto modo, EE.UU. lo inventó. Estaba entre los yihadis que entraron en Afganistán en 1979 cuando la CIA comenzó sus operaciones en el país.

Pero, ¿quién es realmente Osama Bin Laden? Permítanme que lo formule de otra manera. ¿Qué es Osama Bin Laden?. Es un secreto de familia de EE.UU. Es la siniestra contrafigura del presidente de EE.UU. El salvaje mellizo de todo lo que pretende ser bello y civilizado. Ha sido esculpido de la costilla de un mundo devastado por la política exterior de EE.UU.: su diplomacia de cañonera, su arsenal nuclear, su escalofriante desprecio por las vidas no-estadounidenses, sus bárbaras intervenciones militares, su apoyo a regímenes despóticos y dictatoriales, su despiadada agenda económica que ha devorado las economías de los países pobres como una nube de langostas. Ahora que se ha divulgado el secreto de familia, los mellizos se están fusionando y poco a poco parecen intercambiables. Sus cañones, bombas, dinero y drogas han estado dando vueltas hace tiempo. (Los misiles Stinger que dieron la bienvenida a los helicópteros de EE.UU. en Afganistán fueron suministrados por la CIA).

Ahora Bush y Bin Laden han llegado a copiarse mutuamente la retórica. Cada cual se refiere al otro como "la cabeza de la serpiente". Ambos invocan a Dios y utilizan la vaga divisa milenaria del bien y el mal como su jurisdicción. Ambos están involucrados en crímenes políticos inequívocos. Ambos están peligrosamente armados, uno con el arsenal nuclear de su obsceno poderío, el otro con el poder incandescente, destructivo de los que han perdido espantosamente toda esperanza. La bola de fuego y el punzón. Las torres gemelas de poder. Lo importante es recordar que ninguno de los dos es una alternativa aceptable al otro.

El ultimátum del presidente Bush a la gente del mundo es: “si no estáis con nosotros, estáis contra nosotros”; un trozo de presuntuosa arrogancia. No es una alternativa que la gente quiera, necesite, o deba tener que elegir.

Puede que este artículo parezca especialmente duro, culpabilizador o incluso “antiamericano”. No es mi intención. El más alto respeto a las víctimas exige rigor. Los caminos para reducir el terrorismo, ya apuntadas en mi anterior artículo, van en otra dirección a la seguida por los responsables de muchos países, EEUU a la cabeza. Así que esperemos que el mañana nos depare mejores septiembres.

Tony Fernandez

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