19 marzo 2007

Bonito. Todo me parece bonito.

Recién llegados de una visita a “la otra orilla”, donde mora mi buen vecino Iván, estamos de vuelta en la vieja Europa. Un paseo por Manhattan siempre viene bien para tomarle el pulso a la vida, reencontrar viejos amigos y descubrir nuevos rincones de esa ciudad que es un poco de todos y muy nuestra.

Con el decalaje horario aún haciendo efectos, nos sentamos a ver el “telediario”, pequeña concesión patria desde nuestra pequeña atalaya en Flandes. Mariano Rajoy aparece ante sus apañoles para decirnos que la manifestación en Madrid contra la decisión del gobierno le ha parecido “bonita”. Ni Jarabe de Palo, oiga.

Yo me había propuesto no volver a hablar de “ello”. No puedo.

Atrás quedaron los tiempos en que los que nos manifestábamos (contra la decisión de Aznar de entrar en una guerra ilegal e imperialista –se llaman así las invasiones injustificadas-, contra la prepotencia de la ministra de educación, contra las políticas neoliberales de la UE o de los organismos internacionales tipo FMI, contra los gravísimos errores de gestión del Prestige, contra las mentiras del 11-M…) éramos acusados de pancarteros, radicales, vándalos o simplemente de terroristas.

Nos alegramos, Mariano, de que Ángel (Acebes), Eduardo (Zaplana), los obispos y los demás cachorros conservadores le hayáis cogido gusto a las manifestaciones. Está claro que os encanta y nos alegramos. Desde aquellos tiempos de la plaza de Oriente, todos cantando el Cara al Sol, lo echabais de menos, pobrecitos.

Lo triste no es que salgáis a la calle –a diferencia de vosotros, a los demás nos parece legítimo expresar el descontento o la crítica a través de un derecho constitucional-. Lo triste es que salgáis con motivos turbios o de forma incoherente, poniendo a ETA hasta en la sopa de los apañoles. Lo triste es que utilicéis la bandera de todos (eso cuando no aparece con el águila franquista...) para envolverse en ella (recordad que aunque no todos nos embalsamemos en ella, es la bandera de nuestro país, al menos jurídicamente, y eso no es patrimonio suyo). Dejen de mentir, ustedes y sus altavoces Pedro Jota, Jiménez (Todomenos)Losantos, metiendo a ETA hasta en el juicio del 11-M. Y es que, como queda patente en la película “Lobo”, el PP necesita a ETA –tanto como ETA necesita al PP-. De Juana Chaos ha sido puesto en prisión atenuada de forma inteligente –era la menos mala de las decisiones-. Qué vergüenza que se atrevan a criticar lo que ellos mismos hicieron cuando les interesaba. Gran lección la de Rubalcaba preguntando al ladrillo de Zaplana si iban a ponerle flores a las víctimas de todos los presos liberados durante la tregua de ETA mientras Aznar era presidente...


© Kap, La Vanguardia, 07/03/2007


Gran lección. Pero triste. Porque conduce al embrutecimiento de la política. A la política de la bronca y la indignación permanente. Lo ideal sería callarse e ignorar a la jauría de lobos resentidos por haber perdido el poder –más que ganarlo el PSOE lo perdió el PP...-. Dejar que, como está sucediendo, el PP caiga en las encuestas por su estrategia de pataleo –ojalá eso sea producto de una decisión sensata y sensible por parte de los votantes, en otra demostración de madurez después del 14-M-. Porque incluso los votantes de derecha se dan cuenta del mal gusto y del lamentable espectáculo qu e ofrecen los dirigentes del PP. Pero a veces, es demasiada la des-facha-tez y comprendo al ministro de Interior y al presidente del gobierno. ¿Les parece “bonito”? Hay que joderse.

Tony Fernández

06 marzo 2007

À la recherche de Erik Loomis - 06.03.2007

Antes de Navidad, cuando ya llevaba más de 4 meses en Nueva York, se produjo mi primer encuentro con Eric Loomis. El encuentro fue de lo más banal e inesperado: como todas las mañanas, abrí la puerta del apartamento para recoger el New York Times de cada día (suelo hojearlo durante el desayuno). Y, para mi sorpresa, delante de mí había no sólo uno, sino dos ejemplares del Times. Los recogí del suelo, y acto seguido empecé a analizar el segundo ejemplar: iba dirigido a un cierto Erik Loomis, y tenía mi dirección de correo.

Más tarde, bajó María a la recepción para informar al portero (el infame Mike García) que habíamos recibido un periódico que no era nuestro, y que seguramente sería de alguno de nuestros vecinos. García, con su habitual cortesía, le informó que en el edificio no vivía nadie llamado Loomis. María no supo decirme si la respuesta de García fue de que Erik Loomis no vivía aquí, o si dijo que Erik Loomis jamás había vivido aquí – al final, cualquier diálogo con García nunca suele durar más de 5 segundos, y en los últimos 4 te estás alejando para no ser abroncado... Dejamos el diario de Loomis en el pasillo, por si algún vecino lo quisiera recoger.

Como en el cuento de Monterroso, cuando me desperté la mañana siguiente, el diario de Loomis seguía allí. Pero ya no era el mismo periódico: ya era la edición del día siguiente. Intrigado, pensé que Loomis habría cometido un error al suscribirse al periódico: la dirección era la misma, pero pudo haberse equivocado de código postal, y que su Mercer Street sería una calle homónima en Brooklyn, Queens o Bronx. Pero resulta que no hay otra calle Mercer en Nueva York... Lo que estaba claro era que Loomis se había suscrito al Times muy recientemente – de lo contrario, no tendría mucho sentido que sólo hubiese recibido el diario por aquél entonces. Era un misterio... Pero terminé por concluir que Loomis se daría cuenta de su error (al final, el Times le cobraría por la suscripción, y Loomis les llamaría para informarles que jamás había recibido el diario), y que en pocos días los periódicos dejarían de llegar.

Pero no. Los periódicos de Loomis siguieron llegando. Día tras día. El domingo, montañas de papel se acumulaban a la entrada de mi apartamento. Y precisamente en un domingo tuvimos la idea – ¿y si cambiásemos nuestra suscripción para sólo recibir el Times durante el fin de semana? La verdad es que durante la semana se nos hacía complicado leer el Times, y mientras llegase el periódico de Loomis (cosa que no podría durar para siempre), disfrutaríamos de las ventajas económicas de tener un diario gratis...

En aquél momento, no pensamos que nos estábamos aprovechando de Loomis. No, teníamos previsto cancelar nuestra suscripción con o sin el diario de Loomis, y aunque Loomis nos había forzado a adoptar dicha decisión antes de lo previsto, no se nos podría reprochar absolutamente nada... Era lo que decíamos. Sin embargo, la idea de que cometíamos un acto de dudosa moralidad siguió rondando nuestras mentes. Incluso habíamos pensado en escribir al propio Times (de manera anónima) relatando nuestra experiencia.

En el dominical del Times, hay una sección llamada “The Ethicist”, en la que yanquis superobsesionados con ser éticamente correctos dan la lata al pobre articulista. Sin ir más lejos, en el último fin de semana una mujer decía que su marido se había hecho con un aparato que bloquea la señal de los teléfonos móviles de la gente que le molesta (por ejemplo, si iba por la calle y una persona chillaba al móvil, este “Phone Ranger” activaba su gadget y cortaba la llamada del transeúnte). Pensamos que nuestra historia sería muy divertida y que seguramente la publicarían. Al final, no es frecuente que los problemas éticos se los plantee gente que se está aprovechando del propio Times... Pero al final, decidimos no hacerlo. Y el diario de Loomis siguió llegando.

Aplicando mi propia consciencia moral, he decidido adoptar la siguiente actitud: 1) no cancelar mi suscripción del Times (algo tendría que seguirles dando); 2) que no tenía sentido alguno que mantuviera la suscripción del fin de semana. Me cambiaría a la suscripción más barata – la del domingo. Y así lo hice. Puedo decir que esta decisión garantizaba mi paz de espíritu y un sueño tranquilo (aunque viviendo en la segunda planta, al lado de Broadway, difícilmente pueda tener un sueño tranquilo).

Hasta que un día, abro el buzón de correo y encuentro un ejemplar de la revista TimeOut. El destinatario: Jane Loomis. Me quedé de piedra. Ya no era uno el Loomis que se había metido en nuestra vida – ¡sino dos! ¿Sería Jane la mujer de Loomis? ¿Su madre? ¿Qué coño quería el puto Loomis y su mujer con nosotros? Cogí el ejemplar TimeOut y lo tuve en casa, sin querer tocarlo, durante un día. Después lo leí – total, ya que estaba allí...

Pero el nuevo evento en mi relación con Loomis me dejó desconcertado. ¿Quién sería Loomis? Y he hecho lo que hacen todos los Sherlock Holmes de hoy en día: le he buscado en Google. Resulta que Loomis podría ser uno de los colaboradores de un blog (http://alterdestiny.blogspot.com) izquierdoso, en el que incluso hay críticas a NYU. ¿Sería este Loomis, natural de Nuevo México, y amante de los “sapos” (según su blog), mi Loomis? Loomis también es descrito por un colaborador del blog “Lawyers, Guns and Money” (http://lefarkins.blogspot.com/) de la siguiente manera: “everyone knows that Erik Loomis, for example, is a yellow bellied chickenhawk for not immediately volunteering for the US Army, but the constraints of friendship force me to rail against him in private while defending him in public”. Otra vez: ¿será él mi Loomis? Respecto a Jane Loomis, no hay información sobre ella en Internet – podría perfectamente ser Jane Doe.

Me pregunto hasta cuándo durará mi relación indeseada (pero de la que saco evidentes ventajas) con Loomis. Sería exagerado decir que temo a Loomis; al final, dudo mucho de que algún día se vaya a presentar en mi casa (sin embargo, él sabe donde vivo). Pero a veces pienso escribir al Loomis del blog – igual no es el mismo Loomis y el tío se divertirá. Puede incluso que escriba sobre mí en su blog...Y pienso comunicarle la última decisión que he tomado: cancelaré mi suscripción de la edición del domingo del Times.