18 julio 2006

Ganará Italia - 9.7.2006

Esta tarde se disputará la final del Mundial de Fútbol entre Italia y Francia. En las últimas horas, todos los medios informativos nos bombardean con cifras que demuestran que será el evento deportivo más visto de la historia; pero en el fondo, esta es una información irrelevante. ¿Será la gran final más importante por el hecho de que tantos millones la vean? Probablemente no.

Quizás la importancia del evento resida en el hecho de que en lugares del mundo en que el fútbol todavía no es un rehén de la mercadotecnia (por falta de mercado, no por falta de ganas) haya gente que sacrifique mucho más que una hora y media de sus vidas para ver este partido. No suelo creer que las películas representen la realidad, pero si hay tantas que cuenten historias de cómo la gente las pasa canutas para ver este partido (recuerdo la película butanesa The Cup que, para más inri, es la primera película de la historia de Bután, y la película La Gran Final, actualmente en las carteleras de España), puede que haya algo de cierto en ellas.

Pero lo que verdaderamente me preocupa en las horas previas a la final no es tanto la aventura de la gente que ama el fútbol, ni todas las asociaciones que podrían hacerse en este momento entre el fútbol y la situación política de los países que disputan la final – sino que todavía no sé a cuál equipo animaré esta tarde.
Timothy Garton Ash, en el dominical de El País de hace dos semanas, decía que la grandeza del Mundial reside en el hecho de que casi todo el mundo anima al equipo de un país que no es el suyo cuando el suyo propio resulta eliminado. Es cierto; sin embargo, se trata de un ejercicio de buena fe, no de fidelidad. Por ejemplo: animé a Alemania contra Argentina (aunque debo admitir que lo hice por rivalidades regionales), pero en la semifinal entre Alemania e Italia, estuve con Italia.

Esto último resulta sorprendente; Italia, desde siempre, es un sinónimo de juego defensivo, falto de talento y creatividad, del tan denostado catenaccio. Además, la gran mayoría de los jugadores titulares de la selección italiana están involucrados en el reciente escándalo de corrupción que podría mandar la Juventud a la tercera división... por amañar partidos. En resumen: los italianos son defensivos, corruptos y poco amigos del riesgo. Ergo, no deberían caer bien a nadie.

Pues no. Italia hizo un partido espectacular ante Alemania, e incluso cometió la locura de tener sobre el terreno de juego, en plena prórroga, cinco jugadores de corte ofensivo (Pirlo, Totti, Del Piero, Gilardino e Iaquinta), y arrolló a los anfitriones con buen juego y osadía. Y en defensa, los italianos rebosaron solidez, y sin violencia – a cada intervención de los centrales italianos, no podrías dejar de pensar: “que bueno es este tío”. Pero la clave del éxito italiano reside en el carácter de un jugador que suele ser citado por sus detractores como un ejemplo del antifútbol: se llama Gennaro Gattuso. Sobre el papel, Gattuso es un mediocentro defensivo, sobrado de piernas y pulmones, que se multiplica sobre el terreno de juego y que tiene como especialidad robar balones que inmediatamente entrega a sus compañeros mejor dotados para la práctica del fútbol. En teoría, casi todos los equipos tienen un jugador con estas características.

Pero Gattuso no es un jugador corriente; es un prodigio de voluntad. La entrega de Gattuso en cada partido resulta sobrecogedora: en 90, en 120 minutos, no deja de correr, de luchar, de animar a sus compañeros. Quiere ganar, y recuerda a los demás jugadores – todos millonarios, no nos engañemos - los motivos por los que hay que ganar: que la gente de su país, su gente, está entregada a su causa. Quizás también recuerde su infancia en el sur de Italia; de su llegada al frío norte con su cara y modales de terrone. No hace falta haber visto a Rocco y sus hermanos para saber que en estas circunstancias uno tira de lo mejor que tiene para triunfar: su voluntad, su corazón, su ilusión. Y pese a su fama de duro, se trata de un jugador que no es violento. Gana las jugadas porque quiere ganarlas más que su adversario.

Evidentemente, Gattuso no será recordado como uno de los mitos de las Copas del Mundo: dicho privilegio está reservado a los finos estilistas, a los maestros del gol, a gente como Pelé, Maradona, Platini, Cruyff, Ronaldo, etc. En efecto, Gattuso no está llamado a hacer historia. Y si gana Italia seguramente él no será considerado el mejor jugador – este honor recaerá sobre el inteligente Pirlo o el ágil Totti -, pero pocos tendrán dudas de que él es el alma de su equipo. Y si pierde, seguramente no hablará con nadie, encajará la derrota con dolor y pasará tres días sin comer – lo que no deja de ser algo poco corriente en tiempos que los buques insignia de sus equipos (como Ronaldinho) se van de fiesta nada más caer eliminados. Gattuso, en cambio, es sólo un hombre honesto que cree en una ética del trabajo. Como mucha gente que verá la final hoy.

Por todo ello, deseo que Italia gane. No importa que Francia tenga a Zidane, que seguramente es uno de los grandes de todos los tiempos. No importa que Zidane merezca ser coronado en su partido de despedida, y que la Copa del Mundo es el escenario perfecto para que él sea aclamado. No importa que Francia haya eliminado a mejores equipos en su camino hacia la final. Incluso admito que podría ser injusto que ganara Italia. Pero por más que intente convencerme de que Francia debería ganar, sé que en cuanto vea a este partido me concentraré en la labor tenaz de Gattuso, y querré que él tenga su recompensa.

Iván Rabanillo

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