18 julio 2006

Perdió el fútbol - 12.7.2006

Dice el pequeño Iván que rectificar es de sabios. Como en aquellas lecciones de escolástica de nuestras clases de filosofía en el bachillerato, déjame decirte, estimado vecino de la otra orilla, que si vuelves a leer la expresión, un análisis tranquilo da como resultado que rectificar es más bien propio de bocazas que de personas juiciosas. Lo cual no obsta para que quien suscribe esté de acuerdo contigo en que reconocer los errores es indispensable para aspirar a un mínimo de honestidad intelectual.

Valga esta pequeña reflexión como introducción a este epílogo futbolero con el que damos nuestros primeros pasos en la red.

Minuto 110 de la final del mundial 2006. Un cabezazo propinado por Zidane, jugador del equipo francés, a Materazzi, del italiano, es castigado por el árbitro del partido con una tarjeta roja -es decir, Zidane es expulsado-. Millones de espectadores lo han visto. La sentencia es inapelable y deja a todos los buenos aficionados al fútbol tristes. Conmocionados. La final perdió todo su interés. Los penaltis con los que se dirimió el empate fueron insípidos y ni siquiera de haber ganado Francia el sabor amargo de ver quebrada la confianza en un grandísimo jugador de su fútbol se hubiese disipado. En el último día de su carrera deportiva, Zidane dejó detrás de sí no sólo a sus compañeros sin líder sino también una imagen que enturbiará a buen seguro la memoria que de él se tenga.

Hasta ese minuto 110, el guión del partido respondió con absoluta claridad a lo apuntado en mi anterior artículo. Zidane marcó un gol que quedará grabado en la retina de los aficionados. Un gol de penalti “a lo Panenka”, es decir, con farol y tiro suave y bombeado para batir al portero Buffon, uno de los mejores del mundo. Italia fue inexistente y cicatera, como era de prever, encontrándose un gol de empate casi de casualidad. Ningún jugador italiano pudo ni siquiera acercarse al nivel de elegancia en el juego de Zidane e incluso de Henry, Malouda o Ribery. ¿Gattusso? Sin duda un jugador que todo entrenador quisiera tener en su equipo. Pero ni Gattusso con toda su entrega pudo eclipsar durante 110 minutos al astro francés, que hizo lo que quiso y cuando quiso. Si Francia no se llevó el partido antes no fue por falta de merecimiento sino por falta de acierto ante el gol.

Con lo cual, lamentándolo mucho, pequeño Iván, era imprevisible saber -probablemente incluso para el propio Zidane – lo que iba a suceder. Simplemente se ha quebrado el principio de confianza, del cual no se puede rectificar dado que se basa en la creencia, no en la evidencia. Y ahí sí, debo admitir que no esperaba semejante reacción desproporcionada. Absurda. Nada justifica que uno pierda los papeles de esa forma, por mucho que se adivinen las tristes costumbres provocadoras de algunos jugadores y los habituales instintos racistas y fascistas de muchos de ellos. Hasta sus propios hijos habrán visto esas imágenes. Zidane no sólo es un icono publicitario, sino un modelo a seguir para los jóvenes - de los pocos que quedan, ya que los referentes medio decentes son escasos -. Ese gesto violento ha tirado por la borda muchos discursos bonitos y muchas pancartas de fair play antes de cada partido.

Aunque el juicio futbolístico podría permanecer inmune a este tipo de hechos, para mí, - y en eso he de ser coherente con lo que siempre he pensado – un impresentable sobre el terreno de juego no puede ser un mito futbolístico. Ha de ser un caballero en el sentido noble y no aristocrático de la palabra. Por poner un ejemplo, Stoichkov, que pisaba a los árbitros además de pasarse el partido insultando a todo bicho viviente, no merece la categoría de gran jugador. Ya no nos vamos a ir a lo que hacen los jugadores en su esfera privada, pero desde luego lo que se hace en la cancha, incluyendo el comportamiento ante los contrarios, es fundamental para pasar el listón que separa a los grandes mitos del fútbol de los buenos jugadores sin más. Y desgraciadamente, como en las tragedias, un hecho aislado puede dar al traste con el esfuerzo de toda un vida. La vida a veces es como esas tragedias griegas. Es su grandeza y su miseria. Y las personas han de saber asumir con dignidad que nos la jugamos casi a cada paso y que una brizna de viento puede derrumbar los castillos de naipes que construimos. Ésa es la moraleja con la que me quedo. Ésa, y que el fútbol ramplón y mediocre ha vencido al fútbol-arte. Fútbol es fútbol.

Tony Fernández

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