12 octubre 2006

Libertad, Igualdad, Sexualidad - 12.10.2006

Ahí me has pillado, pequeño Iván. Ciertamente todavía no existe una serie “Sexo en Bruselas” con la que poder realizar un estudio comparativo y contrastar –como tan brillantemente has hecho- si las vivencias de la serie se reproducen en la realidad de esta ciudad apacible. No obstante, teniendo en cuenta que durante mi estancia en Nueva York tuve oportunidad de presenciar como espectador asiduo la famosa serie de TV –reponían capítulos 4 ó 5 veces por semana en diferentes canales…-, me permitiré analizar el fenómeno que va ligado a la misma y que refleja a las claras que hoy los revolucionarios franceses de 1789 hubiesen cambiado su eslogan por el del título…

Sí, lo habéis adivinado. Hoy, a pesar de que algunos lectores saben que suelo ser “libe libe liberal” me pondré un poco moralista. Una cosa es considerar que el sexo es algo maravilloso y que hay que acabar con la represión absurda pregonada por la Iglesia y sus cachorros puritanos que ocupan los poderes fácticos (curiosamente donde más “pervertidos” suele haber…). Y otra considerar que el sexo es una banalidad, una mera frivolidad o una parcela vital en la que todo vale.

La estética de "Sexo en Nueva York" es un poco woodyallense. Es decir, películas protagonizadas por ciudadanos de Manhattan, con una posición económica desahogada, que no se sabe muy bien en qué trabajan, o si ni siquiera trabajan, y que no paran de hablar sin escucharse los unos a los otros. Este modelo ha llegado con éxito a la televisión. Y debo reconocer que al principio la estética me parecía un poco rompedora y atractiva. Con el tiempo, he variado de opinión. Un poco -salvando las distancias, claro- como cuando uno lee el extranjero de Camus y siente simpatía por el extranjero y luego se da cuenta de que es un capullo en muchos aspectos morales.

El hilo argumental de esta serie es bien simple: cuatro amigas solteras neuróticas, con todo el tiempo del mundo para aburrirse, se pasan, día sí y día también, hablando de sexo, vacilando de cuánto chuscan y cotorreando sentadas en la mesa de una cafetería o acudiendo a alguna fiesta privada. La protagonista (Carrie, ahora alter ego de Sarah Jessica Parker) es una pseudo-periodista que escribe una columna sobre sexo, lo que sirve de excusa para presentar sus folleteos y los de sus amigas como una especie de un análisis de campo de un macroestudio científico. Vamos, como Gran Hermano, pero en la ficción.


Los capítulos siguen casi siempre la misma estructura:


- Carrie se encuentra por la calle a una amiga a la que hace mucho tiempo que no veía. La amiga le dice a Carrie que es lesbiana, o bien que se ha casado, y Carrie abre los ojos de par en par, atónita por lo que ha cambiado su antigua amiga, ya que, la última vez que la vio (es decir, cuando tenían quince años), estaba soltera.


- Carrie se lo cuenta a sus amigas, solteras como ella, y empiezan a marujear y a poner verde a la
ex-amiga, en plan, “qué idiota es, casarse con lo bien que se está soltera”, o bien “mira que hacerse lesbiana, con lo bueno que es disfrutar de un buen pene”.


- Acto seguido, Carrie y sus amigas chuscan con hombres y creen ver en sus relaciones un reflejo de la inquietud del episodio correspondiente. Si una se lía con un tipo que le propone matrimonio, Carrie piensa: “Lo sabía, el matrimonio es la plaga actual”. Si se encuentran en una fiesta a una lesbiana, Carrie deduce: “El lesbianismo también está dentro de mí, porque atraigo a las lesbianas”.


- Luego, todas ellas cortan con sus parejas, y se van de fiesta a celebrar su amistad y su heterosexualidad, mientras se oye, en off, la voz de Carrie que sentencia su filosofía al respecto del tema planteado.


“Sexo en Nueva York” nos presenta en realidad a unas treintañeras un poco ridículas, que no han superado la edad del pavo y que temen la llegada de la menopausia. En el fondo, son chicas que buscan a su príncipe azul para casarse, pero no lo encuentran porque los hombres son como son: unos asquerosos egoístas cargados de defectos. Si encuentran a un hombre que no se quiere casar, cortan con él porque huye del compromiso. Si, por el contrario, dan con alguien que les propone matrimonio, cortan porque dicen no soportar la idea del matrimonio. (Tengo que decir que este último punto me dio idea de la poca altura moral de la protagonista y líder del grupito. Después de engañar a su novio –un tipo tierno y romántico - con un hombre casado, todavía encuentra motivos para quejarse de su desgracia...aquella desfachatez me marcó, qué quieren que les diga...)


Pero lo más divertido de “Sexo en Nueva York” es que, intentando hacer un retrato sofisticado de la mujer, la serie describe cierta chabacanería de sus personajes protagonistas (cambien a las chicas por Alfredo Landa, Antonio Ozores y José Luis López Vázquez...y no notarán mucha diferencia):


- Para empezar, son mujeres que no tienen inquietudes culturales. No leen, apenas viajan o van al teatro y, como mucho, alguna vez se dejan caer por algún cine. No les preocupa la política ni aparecen nunca leyendo un periódico.


- Están todo el día cotilleando y preocupadas por su imagen. Su mayor problema es qué vestido ponerse para salir por la tarde, o adivinar qué zapatos combinan con la decoración del restaurante al que van a ir a cenar.
© Manolo Blahnik



- Son envidiosas por naturaleza. Si van invitadas a una fiesta, lo primero que hacen es poner a la anfitriona a caer de un burro. Se emborrachan en la fiesta, hacen el ridículo, intentan ligarse a todos los tipos casados, y se despiden insultando a la persona que las ha invitado.


Aparte de eso, los personajes femeninos están dibujados según una serie de estereotipos banales:


- Carrie. La lista. Es la periodista. A pesar de su profesión (o, precisamente, por ello), no lee nunca nada. Los temas y las conclusiones de sus columnas no surgen por las lecturas que realiza, sino por las conversaciones de sus amigas. Tiene tanta alergia a los libros que se pasea por todas las tiendas de Manhattan, pero nunca aparece en una librería. Los personajes de Woody Allen, al menos, leen.


- Samantha. La ninfómana. Es la que tiene los cascos más ligeros, y, por supuesto, es la rubia de bote. Presume de haberse cepillado a media Norteamérica. Como a Carrie, le sobra el tiempo libre.


- Charlotte. La guapa. Es la chica finolis, la elegante, la más recatada de todas. Es la que mantiene relaciones más largas, es decir, que le duran más de una noche.


- Miranda. ¿La fea?. Es el contrapunto de Charlotte, y, sin llegar a la promiscuidad de Samantha, también le tira a todo lo que se mueve. Ella dice que es abogada, pero trabaja menos que Ally McBeal (lo que ya es decir).


¿Conclusión? Quédense con los restaurantes y cafeterías que visitan las protagonistas de la serie. El resto...mucha mirada sucia y poco mazapán. Mayormente.



Tony Fernández

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