17 octubre 2006

Familia realmente numerosa - 17.10.2006

Después de nuestro escarceo sexual, pasemos página y abordemos la actualidad de España (lo siento Iván, pero de momento no voy a hablar del ensayo nuclear norcoreano –la CIA aún no ha podido averiguar si se trataba de un superpedo-). Y no me refiero a las elecciones catalanas, ni a la crisis del Madrid. Ni siquiera al hecho de que con tanto Opá y tanta Opa, algunos se están empachando a millones por ahí…


La princesa Letizia Ortiz Rocasolano ha sido bendecida hace poco por la gloria de una pulsión seminal y ha quedado encinta. Aún no se conoce el sexo del bebo/a, pero de ser varón varón varón, según la Constitución española éste precedería a su hermana mayor en la línea sucesoria, tal y como hizo con las dos infantas el Príncipe de Asturias y futuro padre de la criatura, siempre y cuando, eso sí, no le maten en su casa con un revolver, que siempre puede suceder entre hermanos de sangre azul (acuérdense de las patadas de Froilán a sus primitos en la boda de los príncipes...).


Este hecho ha provocado, desde hace ya un tiempo, tremenda indignación entre los ciudadanos de progreso de este país. Encuentran injusto que se discrimine a la mujer a la hora de heredar cargos que emanan de Dios, por lo que exigen un cambio en el articulado de la Constitución referente a ese particular. Se ignora si la existencia en funciones de la Corona les molesta.


La monarquía es una institución residual, algo del pasado que persiste por razones peregrinas. De toda la vida de Dios, el Rey básicamente era el propietario de tu persona. Sin embargo, con el paso de los años, los avances del pensamiento y la llegada de la música pop, se asientan las llamadas monarquías parlamentarias, en las que el Rey es sólo dueño exclusivo de la representación del país en cenas y ágapes de diversa naturaleza.


Pero mucho que se empeñe la prensa de altura en decir que una monarquía es moderna porque sus miembros hacen surf, la realidad es que cuando hay una erupción de hechos diferenciales en alguna parte del mundo y se forman siete países nuevos de doscientos habitantes cada uno, a ninguno de ellos les da por constituirse en monarquía, lo normal es que sean repúblicas (o dictaduras, sin complejos). Por ejemplo, cuando se rompa España y Cataluña sea independiente, no se convertirá en reino y ofrecerá la corona a Ronaldinho, del mismo modo que los vascos no van a proclamar Rey a un tipo fortachón y con la cabeza grande que domina un valle desde una colina. Aunque no hay que descartarlo, puesto que estamos hablando de españoles, no, definitivamente no, hoy en día no se puede decir que haya una fiebre monárquica. Se trata de un sistema injusto en su más pura esencia.


Por de pronto, en España no ha habido hasta ahora ningún debate en los medios sobre la conveniencia o no de una república que haya alcanzado tres cuartas partes del eco que ha tenido la posible abolición de la Ley Sálica (la norma histórica que regula la preferencia del varón sobre la mujer en la sucesión al trono).


La razón que se arguye es irrebatible: Es injusto que el varón herede el cargo antes que la mujer por el mero hecho de ser varón. Ser injusto, por supuesto que lo es. Lo que pasa es que, en este marco, cuando se incide en ese detalle de discriminación sexual, parece que se obvia lo más discriminatorio de todo, el hecho de que se herede el cargo, que se asume con toda naturalidad.).


Lo que no está claro es si también sería considerado como algo tan normal y descontextualizable una iniciativa que promoviera el uso de líquidos inflamables no abrasivos con el cutis para cuando el hombre actual, camisa de Dior, decide coger a la mujer de hoy, bolso de Armani, y prenderle fuego en su domicilio. ¿Se consideraría un avance hacía una violencia de género más moderna y humana?


¿Cómo afrontar esta situación? ¿Cómo aguantar que nadie se queje de que el Rey tenga la osadía de dejarse ver por ahí en pantalones cortos, habrase visto tamaño insulto al pueblo español, y que ahora se monte un revuelo por esta sandez? Dios escribe con renglones torcidos, los caminos del Señor son inescrutables y la única forma de hacer oposición a este dios infantil de “Monarquía, vale, pero que sea chachi” parece ser enroscarse la boina roja, echarse al monte y quemar los pueblos. En mi caso, la reivindicación es tal vez menos abrupta: me limito a pedir que en vez de desterrar a los Reyes y Príncipes a Roma o Ginebra –un retiro dorado, como se hacía antaño-, se les confine a los cuentos de hadas. Ahí no me molestan y tienen por fin una función social.


(En el caso de que al lector de este artículo no le guste la monarquía, tiene un nombre: republicano. Pero si es así, que sude atemorizado en un rincón húmedo y oscuro, porque tal y como demuestra el hecho de que estos temas no se planteen en ningún lado, somos cuatro gatos mal contados. El fantasma de la guerra civil sigue ahí, presente, para recordarnos que Franco se salió en parte con la suya. Qué le vamos a hacer, reproduzcámonos más, como los del Opus...)
Tony Fernández

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