29 octubre 2006

El Rey, la Reina, Tony Blair y... Tony - 29.10.2006

Hay que decirlo: el día en que me enteré del nuevo embarazo de Doña Leticia Ortiz, Princesa de Asturias, fue uno de mis mejores días en Nueva York. Ya podía imaginar el alboroto que se habría montado en todos los medios: ediciones especiales de “¿Qué me dices?”, las tertulias extraordinarias de Salsa Rosa (ahora con sangre azul), y los supuestos expertos en temas monárquicos que tendrán unas navidades estupendas. Mientras que los retoños de los Duques de Palma suelen recibirse con cierto desagrado (están haciendo una labor estupenda subiendo las tasas de natalidad del país, pero por desgracia sus hijos probablemente no cotizarán a la Seguridad Social), un posible heredero varón de la Corona suscita bastante más entusiasmo.
Como bien señala el autor del artículo al que doy la réplica, los ciudadanos de progreso están indignados ante la posibilidad de que el posible reinado de la Infanta Leonor no haya durado demasiado. Pero hay mucha más gente a la que le interesa el asunto por distintos motivos:

- A ZP y el PSOE les preocupa el tema porque han metido la pata al decir que tratarían de hacer lo que hiciera falta para que reinara Leonor. Ya. Pero lo que hace falta es cambiar la Constitución, y para ello tienen que disolver las Cortes y convocar nuevas elecciones antes de que nazca el posible heredero de la Corona. Porque aunque estos señores digan que se inventarán una reforma constitucional que garantice los derechos del Príncipe y a la vez asegure el reinado de Leonor, la verdad es que si nace niño, tendrá derechos adquiridos bajo el actual texto constitucional... Pobre ZP: tanto viene haciendo para garantizar una igualdad “de facto” entre hombres y mujeres y al final se le recriminará no haber salvado a Leonor... Seguro que contaba con que el Príncipe pensara en él antes de emprender sus escarceos reales y se pusiera un condón...

- A los que están instalados a la derecha del Manzanares les ha salido una oportunidad de oro para buscar el “centro” político defendiendo el derecho a reinar de Leonor. Total, no pierden nada y acortan la legislatura de ZP. Y si ZP no convoca elecciones, siempre podrán decir que él es un reformista de pacotilla, un hipócrita, etc. Como dicen por aquí, es una situación “win-win”.

- Un republicano frotaría las manos con este escenario: quizás una lucha fratricida en el seno de la Familia Real podría suponer el fin de la monarquía... Pero si reina Leonor, la perspectiva puede ser incluso mejor: imaginaros que la pequeña Leonor nos salga una chica lista a lo Grimaldi... La opinión pública española no podría soportar que se liara con estafadores y seguratas...

Pero el gran misterio es lo que opinarán en la Casa Real. No entro a valorar, como el autor del artículo anterior, la modernidad o no de la institución monárquica; tampoco me parece el momento de valorar lo que hizo y hace D. Juan Carlos por España (aparte de mensajes navideños más herméticos que las profecías de Nostradamus). Quisiera hablar de una película que he visto y que seguramente da mucho juego para la reflexión: se trata de la película “The queen”, de Stephen Frears, que se estreno por aquí en el Festival de Cine de Nueva York.
De acuerdo con las sinopsis, “The queen” cuenta la historia de lo que habría sucedido en el seno de la Familia Real británica durante los días siguientes a la muerte de Lady Di, en los que el pueblo británico, convulsionado por la pérdida de la mujer que los medios (por sugerencia de Alastair Campbell, cerebro mediático del entonces novel primer ministro Tony Blair) llamaban “princesa del pueblo”, exigía una demostración pública de pesar por parte de la Reina. Esta es una de las historias de la película (que, por cierto, es muy buena). La otra historia, que en mi opinión es la historia principal de la película, es la que protagonizan Tony Blair y la Reina Isabel II.

En agosto de 1997, Tony Blair llevaba menos de 3 meses como primer ministro británico. Hace casi diez años de ello, pero yo recuerdo perfectamente el entusiasmo que suscitaba Blair y su pandilla de jóvenes izquierdistas y revolucionarios, que se proponían reformar las instituciones británicas y dar un aire de modernidad al un país que apenas podía creer que había vivido bajo tanto tiempo bajo la mano dura de Margaret Thatcher. Se hablaba entonces en “Tercera Vía”, se hablaba de la “Cool Britannia”, una Inglaterra joven y vibrante desde el punto de vista social y cultural, pero sobre todo se hablaba de Tony Blair. Porque Blair era un ídolo de masas, el Rey Midas del fin-de-siècle.

A su vez, la Reina Isabel representaba valores completamente distintos. Bien por cuestiones generacionales, bien por ausencia de afecto hacia Diana (algo que puede comprenderse perfectamente, considerando el daño que hizo a la institución), la Reina y su familia permanecieron aislados del mundo durante los días siguientes a la muerte de Diana. Según la película, la cuestión era sencilla: se trataba de un asunto privado del que debía encargarse la familia de Diana (ya que ella ya no era miembro de la Familia Real). Y la Familia Real permaneció en una de sus casas de campo, de cacería y como si nada hubiera ocurrido. Pero no contaban con la reacción popular: por motivos que creo que son inexplicables, el pueblo británico encajó la muerte de Diana como una tragedia personal. Quizás porque fuera joven y guapa, quizás porque había sido víctima de los medios de comunicación (que ella utilizó cuando le convino), quizás porque transmitía una imagen más cercana y sana que una reina anciana y anticuada y un ex-marido que deseaba ser el tampax de una mujer fea. Tony Blair supo ver la oportunidad de marcarse un punto y se sacó de la chistera aquello de que Diana era la "princesa del pueblo". Y en los días siguientes los ingleses, avidos de carnaza y ya instalados en la idea de que Diana fue asesinada por un "establishment" conservador, trataron de exigir que la Familia Real diera la cara y que lamentara su muerte.

Y la mayor parte de la película trata de cómo Blair, con su sonrisa permanente y sus encuestas de opinión, trataba de convencer a la Reina de que había que hacer concesiones para "quedar bien" con el personal. En algún momento, se nota que se trataba de una oportunidad única de asestar un golpe mortal a la monarquía, pero Blair recrimina esta intención a sus asesores, ya que él considera que a nadie le interesa acabar con la monarquía. Blair, ante sus asesores y su mujer, se muestra mucho más conservador de lo que jamás hubiéramos imaginado entonces - y trata de interferir para salvar a la Reina y, de paso, quedar bien en la prensa. Y logra que la Reina se doblegue ante los deseos de sus súbditos.

En la última escena de la película, que describe el primer encuentro entre Blair y la Reina tras el funeral de Diana, hay un momento inolvidable en el que Isabel II le describe a Blair el dolor que le causó el hecho de verse aislada y detestada por la gente, y le augura que lo mismo le pasaría a él, Tony Blair, algún día. Porque es lo que ocurre a todos los políticos, incluso a los que, como Blair, parecían elegidos por los dioses. Sin embargo, lo que hace de Blair un caso único es que a pocos políticos se les quiso tanto como a él: toda una generación creyó en el compromiso de Blair con ciertos principios y ciertos valores que él, por cuestiones de pragmatismo, abandonó. Los que más te pueden decepcionar son los que más has querido. Creo que la tragedia de Tony Blair es la tragedia de todos los idealistas: en algún momento, tus ideales te pueden jugar una mala pasada, y puedes encontrarte solo y visto como un traidor por la gente que te quería.


Ahora, mientras escribo, me doy cuenta de que he dado un giro radical en el texto, tanto respecto al tema como al tono. En el fondo, me interesaba mucho más hablar de los peligros del idealismo que de la monarquía española, y por obra y gracia de una asociación más o menos espontánea de ideas, he pasado de Leti a Isabel II, de Isabel II a Tony Blair, y de Blair a mi amigo Tony. Porque Tony es un idealista. En efecto, es el único idealista a la vieja usanza que conozco. Tony jamás ha presumido de sus ideales o de sus principios, pero es una de aquellas personas que intuyes al instante que los tiene, que los cuida y los valora. Para Tony, las palabras tienen un significado que va mucho más allá de la simple semántica, y esto se nota. Esto es lo que hace de él una persona especial y admirable. Pero sus ideales conllevan una responsabilidad mucho mayor de la que tenemos los demás (es decir, los que vivimos la vida con un alegre cinismo) - porque si Tony nos fallara, sería muy difícil sobrellevar la decepción. Esta es la tragedia de Tony Blair. Pero puede ser la tragedia de cualquier idealista. En resumen, esto era lo que quería decirle a mi amigo Tony.

Iván Rabanillo

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