04 agosto 2006

Las huelgas son para el verano - 4.8.2006

Calor. Atasco. Este verano la ciudad de Barcelona se está sometiendo a un importante lifting. La verdad es que poco le falta para igualarse a la Villa de Madrí Madrí Madrí en lo que a paneles de obras estivales se refiere. Y ahí estaba yo, apatrullando la ciudad, cavilando una disquisición sobre el asunto –“¿por qué siempre en verano…?”- para mi próximo enfrentamiento internáutico con mi colega el Terrible, cuando la radio escupió noticias de un corte por huelga del tráfico aéreo en el aeropuerto de El Prat.

“Ya estamos”, me dije. Otra huelga de pilotos del SEPLA (Sindicato Español de Puteos en Líneas Aéreas). “Vaya la que se va a liar en plena operación salida…” Pues para mi sorpresa, no eran los pílotos, artistas en eso de presionar cada verano con la huelga para conseguir batir una vez más el record salarial. Esta vez eran los más modestos empleados de tierra de la división de equipajes de la compañía Iberia. Aunque oyendo a los comentaristas (de la nada) en la radio, tal parece que fuesen unos delincuentes comunes.

Marx, un visionario en lo que a análisis político se refiere (la praxis ya fue otra cosa) decía: "La huelga, la crisis, os acercan a la meta; por el gran zafarrancho se os abrirán las puertas del paraíso." Dejemos a un lado las aspiraciones nirvanescas bastante absurdas de Karlitos; hoy, lo mismo que citar a Marx es casi una herejía intelectual, hablar de huelga es hablar de un derecho no ejercitable por molesto. ¿Quién no ha visto los típicos testimonios de “quemaos” por huelgas de empleados de recogida de residuos, de transportes públicos, de funcionarios…diciendo que no se puede aguantá que los huelguistas se atrevan a fastidiar al resto de ciudadanos?

Y es que la huelga –y la consiguiente manifestación pública de reivindicación- es un derecho constitucional conseguido a base de mucho sacrificio por movimientos obreros de innumerables países del mundo. Aunque las relaciones laborales se hayan encauzado de forma más negociada en los últimos decenios (gracias a la amenaza de huelga…claro está…no por la generosidad empresarial), siguen habiendo muchísimos frentes en los que el enfrentamiento entre dueño de la empresa y empleado requiere de medidas de conflicto colectivo. Por muy desagradables que nos sean (y me incluyo a mí mismo).

Se ha hablado de los perjuicios causados por el corte de las pistas y el caos de equipajes consiguiente. De las vacaciones frustradas de muchos otros empleados (del mundo uníos…). Y es cierto. Es un desgraciado daño colateral de esa huelga, ahora que se habla tanto de esa expresión. Con la diferencia de que aquí no se ha matado a nadie. De que además, si la justicia funciona, se indemnizará presumiblemente a los consumidores víctimas del paro.

Pero todavía no he oído a nadie hablar en serio de los 2000 empleados que de la noche a la mañana se hubieran visto –por la desinformación de su empresa, Iberia, en gran medida- en la calle. Con una letra de la hipoteca o un alquiler que pagar. Con hijos a cargo. ¿Acaso debían esperar a ser despedidos para manifestar su descontento? ¿Alguien cree que un simple abandono de sus puestos hubiese servido para algo? Porque a pesar de los beneficios y dividendos distribuidos por Iberia en los últimos años, hay que decir que se les hubiese despedido a todos de no haber sido por su arrojo en ese momento.

¿Desproporcionado? Probablemente. ¿Inoportuno por el momento? Seguro. Pero uno no elige el momento en que le van a poner de patitas en la calle sin indemnización en virtud de esa expresión fantástica de las “causas objetivas de la producción”.

Lo que es desde luego insólito es que los directivos de la compañía Iberia, para la que trabajaban los “amotinados”, no se hayan dignado ofrecer explicación alguna sobre decisiones que se han revelado erróneas y han influido en el desenlace. La oferta presentada por esa compañía al concurso para mantener la concesión de los trabajos en tierra (2000 empleados) quedó la quinta de entre las ocho presentadas, y, según los expertos, era evidente que no podía ganar. A ese error de cálculo se unió una mala comunicación con los afectados, pues, según los sindicatos, se les hizo creer que el resultado del concurso les condenaba al paro, pasando por alto que el convenio del sector garantizaba la subrogación de contratos y que la propia empresa tenía la posibilidad -no ejercida hasta el mismo viernes- de pedir el autohandling (asistencia a los vuelos de la propia compañía), lo que equivalía a mantener el 75% de su plantilla en Barcelona.

Hubo también –qué novedad- error o desidia en la actuación de la empresa, sin informar ni asumir siquiera la obligación de dar un cepillo de dientes a quienes dejó en tierra, aumentando la sensación de abandono entre sus clientes.

Y como última cara de la moneda, se ha criticado la ineficacia político-policial para obligar a los amotinados a abandonar las pistas. Aunque no se trata de un asunto de certeza matemática, se comprende la cautela con que actuaron los agentes, dadas las circunstancias: por el riesgo objetivo y porque no sólo se trataba de desalojar a los huelguistas, sino de hacerles volver a sus puestos, sin lo que la normalidad no podría recuperarse. Con lo cual, en la creencia de que una vez más el gobierno actual ha actuado conforme a sus principios en la dirección de las fuerzas de seguridad, chapeau para los mandos del Ministerio del Interior. Ya saben los que me conocen que no es gratuito oírme decir eso.

Eso es todo de momento, amigos. ¡Disfruten del verano! (¡y no cojan el avión!).

Tony Fernández

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