08 agosto 2006

Al otro lado del Canal - 12.8.2006

La historia de este cuaderno de bitácora es una historia de promesas incumplidas. En mi último texto, prometí hablar del verano y de libros - y, en efecto, mis apuntes hablaban de Albert Camus, de una vieja edición de bolsillo de 'El verano' (publicada por Alianza) y que leí hace muchos años, cuando todavía vivía en Brasil, y cuyas páginas amarillentas hablaban de Orán y rebosaban de luz mediterránea... Asimismo, hubiera querido hablar de mi promesa, eternamente renovada (y siempre incumplida) de dedicar un verano a la lectura de 'En busca del tiempo perdido', de Proust... Y por último, un 'travelling' lateral de un viaje en tren en Castilla y León... Pero a mi me ocurre lo que le sucedía a Cees Nooteboom en 'El desvío a Santiago': siempre parece haber algo que me distrae del objetivo inicial y me lleva a una carretera secundaria.

Me enteré de la operación antiterrorista llevada a cabo en el Reino Unido en Valladolid. Ya por la calle escuchaba los comentarios de la gente: "¿Habéis visto lo de Londres?". Y lo malo de estar de vacaciones es que cuando uno quiere enterarse de lo que ocurre en el mundo, a veces no puede hacerlo... Sin internet y sin televisión, tuve que satisfacerme con la información que me llegaba de parientes - y sólo en la mañana siguiente, ya en el aeropuerto de Barajas, pude informarme de los detalles que poco a poco trascendían a la prensa. El asunto me afectaba directamente: dentro de una semana, me iré a Nueva York vía Heathrow, y me temo que mi preciado portátil estará en manos del personal de tierra de Iberia en el aeropuerto del Prat... El hecho de que Tony les tenga simpatía no llega a tranquilizarme (¿por qué será?).

Aparte consideraciones personales, la información proporcionada en relación con la operación antiterrorista llevada a cabo en el Reino Unido es inquietante: por un lado, reactiva los temores de una masacre en gran escala en Europa con el sello de Al-Qaeda (masacre que incluso hubiera podido coincidir con el 5o aniversario del 11-S); asimismo, el supuesto plan desbaratado por los servicios de inteligencia británicos - explosiones simultáneas en varios vuelos con destino a Estados Unidos, empleando explosivos líquidos de fácil detonación - podría haber dado lugar a una cadena de atentado imposible de detener. A mayor abundamiento, el supuesto plan terrorista suponía una evolución de los métodos empleados por Al-Qaeda y sus comandos satélites: en la medida en que ya no es posible secuestrar aviones - el pasaje seguramente atacaría a los terroristas -, la única estrategia posible pasaría por su destrucción inmediata.

En primer lugar, en el supuesto de que se confirme la existencia de este plan y su inminente ejecución, habrá que felicitar el trabajo llevado a cabo por los servicios de inteligencia de los países involucrados (Reino Unido y Pakistán). Para los británicos, se trataría de un logro que les permitiría sacar pecho tras los errores cometidos en los atentados del 7-J (principalmente, el asesinato del brasileño Jean Charles de Menezes a manos de la policía). Pese a que hay sectores críticos con el revuelo armado a raíz de la operación policial - hay quien pone en duda la inminencia del ataque, y considera que la operación tendría como objetivo dar un espaldarazo a la política internacional de Blair -, la magnitud de los planes terroristas requería una actuación rápida. En este caso, la prudencia aconseja a dar al gobierno británico el beneficio de la duda.

Otro aspecto que ha llamado la atención de los medios fue la detención de más de 20 presuntos implicados en la trama. Todos los detenidos tenían la nacionalidad británica y se habían criado en Inglaterra. La mayor parte de ellos tiene origen paquistaní. Algunos, no obstante, son personas que adoptaron el Islam como religión ya en la edad adulta - es decir, que no tenían mayores lazos con la religión islámica con anterioridad a su conversión. Además, todos eran extremadamente jóvenes, con edades que, en la mayoría de los casos, no sobrepasaban los 20 años. La pregunta que se hace ahora en el Reino Unido es la misma que se hizo tras los atentados del 7-J: ¿por qué?

La respuesta no es fácil. Desde luego, hay que admitir que la comunidad islámica en el Reino Unido se ha radicalizado desde los citados atentados. Sectores de la comunidad islámica y diputados de origen musulmán denuncian la creciente islamofobia por parte de la sociedad británica. Por supuesto, la política exterior del gobierno laborista tampoco contribuye de forma positiva a reducir dicha percepción. Además, se habla de la escasa implantación de políticas dirigidas a la integración de inmigrantes en la sociedad, etc. Pero ¿el surgimiento de terroristas en el seno de la sociedad británica se debe a estos factores? Probablemente no. Si bien es cierto que un musulmán británico seguramente tendrá motivos para sentirse incómodo, el terrorismo local no tiene sus raíces ni en el bienestar (los terroristas del 7-J, por ejemplo, no tenían problemas de inserción laboral, como podría ocurrir en países abiertamente racistas desde el punto de vista laboral como España o Francia) ni en un supuesto rechazo de los símbolos sagrados del Islam por parte del Estado (en este sentido, el Reino Unido tiene un modelo mucho más flexible y tolerante que el de Francia o Turquía, para citar apenas dos ejemplos).

Quizás la respuesta esté en un deliberado rechazo a ciertos valores de la sociedad británica. Timothy Garton Ash, en un artículo publicado en El País (anterior a los acontecimientos del jueves pasado), presentaba encuestas que revelaban que entre los británicos de origen paquistaní existía un sentimiento de pertenencia al llamado "país de origen" bastante superior al verificado en otros países. Asimismo, la encuesta dejaba claro el malestar de los encuestados con el papel de la mujer en la sociedad occidental. Naturalmente, hay que recibir con cautela esta clase de encuestas: los racistas y los grupos más conservadores pueden utilizar estos datos para justificar un giro conservador en materia de integración social.

Pero quizás esto sirva para eliminar cierto complexo de culpa de las sociedades occidentales hacia el fenómeno del islamismo radical: si la alienación de los militantes islamistas tiene su origen en las mismas causas que llevan a que un joven se convierta en un skinhead (por ejemplo), entonces la fórmula para combatir este mal sea más conocida de lo que se suele pensar: reafirmación de los valores humanistas de la sociedad occidental, inversión en formación e información y, finalmente, actuación dura contra los ideólogos que seducen a los adolescentes insatisfechos con la sociedad a adoptar una causa idealizada, estén ellos en Europa o en Karachi. Finalmente, no hay que olvidar que para cada terrorista hay un número exponencialmente superior de ciudadanos de origen musulmán que aborrecen a Al-Qaeda. Por ello (y por ellos), hay que resistir a la tentación de hablar en un "choque de civilizaciones" - aunque sea necesario comprometerse firmemente con los valores esenciales de nuestra sociedad: libertad religiosa, respeto a legalidad e igualdad de géneros. En el largo plazo, estos valores son nuestra mejor defensa contra el terror.

Iván Rabanillo

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