14 diciembre 2006

Dictadores y pantanos - 14.12.2006

Bruselas. Cielo azul. No llovía. En un día que no parecía tan contradictorio como piensa nuestro amigo Martial, se produce la muerte de Augusto Pinochet. El 10 de diciembre. El día en el que se conmemora cada año la Declaración Mundial de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas.


Dice Benedetti que la muerte ha vencido a la justicia. Muchos hemos seguido con esperanza los numerosos procesos abiertos al dictador (nada de “ex”...eso se lleva hasta la tumba y más allá) por asesinatos y torturas. Primero fue el juez Garzón quien tuvo el valor de “estirar” las normas penales españolas y hacer pasar al monstruo por la humillación de estar detenido como un vulgar delincuente. Luego, los propios jueces en Chile le han retirado la inmunidad y le han llegado a imponer arresto domiciliario. A pesar de que no hubo sentencia condenatoria, lo cual hubiese sido un detalle en la reparación a las víctimas, se han sentado principios importantes: ahora ningún dictador podrá pasearse por ahí alegremente e impunemente. Y se lo pensarán dos veces antes de salir de su madriguera.


Porque dar un golpe de estado contra un gobierno elegido por sufragio universal, torturar a miles de personas, hacer desaparecer niños, perseguir a las familias de los sospechosos, ya no sale tan gratis. Y por mucho que algunos nostálgicos como Fraga declaren que Pinochet “dejó Chile mejor de lo que encontró”, evocando aquella teoría de los pantanos inaugurados por el generalito de El Ferrol, Pinochet fue un traidor –algo que debería ser una deshonra para los militares que aún le rinden honores-, un tipo con una voz horrible –será que para ser dictador hay que ser bajo, mezquino y con voz de pito...?- y un criminal. Tengo serias dudas de que el desarrollo económico de Chile de los últimos años se deba a su capacidad como gobernante –como muestra, la quiebra de los fondos privados de pensiones que el dictador impuso a los trabajadores del país-. De hecho, incluso sus antiguos partidarios –todos ellos con una ceguera "a la Saramago"- reconocen hoy que el dictador se hizo su fortuna en cuentas secretas de bancos extranjeros de forma corrupta. Por una vez, y sin que sirva de precedente, creo que mi querido Mario no tiene razón. La historia no absolverá a Pinochet. Quien patentó en latitudes más caribeñas esa frase autoindulgente debería tomar nota.
Terminaré con la frase con la que Salvador Allende, el presidente elegido por los chilenos y derrocado por Pinochet, se despidió de sus ciudadanos, asediado por los militares, a través de la radio:

"Trabajadores de mi Patria, tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo en el que la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor".

In memoriam de todas las personas asesinadas, torturadas y desaparecidas por obra de la violencia fascista de Pinochet y sus secuaces, y de sus familiares y amigos, que sufrieron y sufren la angustia de la pérdida.

Tony Fernández

1 comentario:

Anónimo dijo...

La impunidad que pudo tener en vida, no ha respetado a la muerte.
¿Pero que se les puede decir a esos cientos y cientos de padres, hermanos, hijos y amigos que vieron desaparcer a sus compatriotas? ¿Quien se atreve a mirarlos a los ojos y decirles que la justicia terrenal, en la que un día creyeron, no existe, y que tampoco existe la justicia divina?
Es cierto, Pinochet a muerto, pero no ha muerto el dictador.
El dictador seguirá existiendo en la mente de todos, seguirá pronunciándose su nombre, seguirá vivo el asesino jamás condenado.
No se le recordará como un viejo decrépito y enfermo del que tuvieron compasión jueces, autoridades y papas, se le recordará como un asesino impune, un asesino que jamás sucumbió a la ley humana, la única ley válida.
Es por eso, por lo que a pesar de no poder ocultar un resquicio de alegria por la desaparición de un ser tan miserable como éste, me invade la tristeza por no haber sido capaces de hacer imperar la justicia, la justicia humana y su ley mas importante, la ley de la vida.
Ha muerto Pinochet, pero no ha muerto el dictador, ¿cuantos dictadores más vamos a dejar que sobrevivan a su nombre?