12 febrero 2007

El empleo del tiempo - 11.02.2007


Hace algunos meses, un colega mío de trabajo (con el que compartía cubículo y interminables jornadas laborales) me decía que había advertido que siempre que hablaba con clientes o conocidos por teléfono (españoles o no), empezaba hablando del clima, después mencionaba algún tema deportivo y, finalmente, entraba en materia. En aquél momento, no le creí. ¿Sería yo tan previsible? ¿Sería yo tan pesado? O quizás mis orígenes tropicales me jugarían una mala pasada: al final, de donde vengo (o de donde vine), temperaturas por debajo de los 20º ya eran noticia. En cualquier caso, y aunque ya me había dado cuenta de que hablaba más del tiempo de lo que había hecho en toda mi vida, no había visto en ello un problema, y terminé por olvidarme del comentario sin haber concluido si era cierto o no.

Entonces me vine a Estados Unidos. Aunque ya sabía la afición (en agosto, con temperaturas aceptables, lo calificaba de afición) que tienen los americanos por la previsión del tiempo, las temperaturas fueron tan agradables hasta diciembre que hablar del tiempo era perder el tiempo, literalmente, y mis conversaciones intrascendentes tenían como tema principal el béisbol (tema para otra entrega del blog). Y cuando vino diciembre, y con él mis mejores esperanzas de un White Christmas con chimenea y Santa Claus volando en trineo en un cielo plagado de gordos copos de nieve, vino también la decepción: había desistido de volver a España por Navidades para tener unas vacaciones nevadas, y en plena víspera de Navidad hacía sol, calor, y estaba en la calle comprando regalos. Pero las elevadas temperaturas me han dado nuevos temas de conversación: el calentamiento global, el efecto invernadero y el último documental de Al Gore. No que me preocupe especialmente el tema, pero debo confesar – y no sin cierta preocupación - que hablar de ello me daba bastante placer.

Vinieron las vacaciones y nos fuimos a California. De San Francisco, me han gustado muchas cosas, pero lo que más me gustó fue poder hablar de San Francisco al volver a Nueva York: San Francisco, decía yo, era mucho mejor que Nueva York: más barata, más limpia, sin ratas y... con mejor clima. En efecto, los días en San Francisco me recordaban los mejores días del invierno en Barcelona. Mis colegas en NY asentían. Para aquél entonces, empecé a darme cuenta de algunos de los síntomas de mi “problema”: todos los días, antes de salir, me miraba el Weather Channel.

Entonces llegó el frío de verdad. Durante las dos últimas semanas, las temperaturas máximas no han superado los 0º, y todas las mañanas se puede ver capas de hielo en las aceras. Aunque lo esperaba, puedo afirmar que no estaba preparado para ello – y de repente, todo el mundo se ha convertido en fanáticos seguidores del Weather Channel, con una especial atención al famoso “feels like”. Aparte esto, la gente ha empezado a desarrollar tácticas de guerrilla contra el peor enemigo que hay en esta ciudad: el viento. Como se trata de una ciudad de anchas calles y avenidas que empiezan en el East River y terminan en el Hudson (o viceversa), las ráfagas de aire que corren por ahí son terribles. La gente trata de refugiarse caminando por callejuelas, pero no hay manera: el llamado “efecto túnel” te puede sorprender en cualquier sitio, a cualquier momento. Entras en una calle, te crees a salvo del viento y... zás, una ráfaga te corta el aliento y te deja tieso.

Pero yo me siento muy a gusto: puedo hablar del tiempo cuando quiero y la gente me escucha con gran atención. Para aumentar el atractivo de mi conversación, trato de memorizar las temperaturas diarias en las distintas zonas de la ciudad y en ciudades harto más inhóspitas, como Chicago – así siempre puedo decir que, en el fondo, tenemos suerte. Incluso he llegado a seguir la retransmisión del día de la marmota (el 2 de febrero), en el que varias marmotas a lo largo de Estados Unidos tratan de predecir si el invierno será todavía largo (6 semanas más) o si habrá “early spring”... Hay muchas marmotas por ahí, pero por afición cinéfila yo sólo creo en Punxsutawney Phil, la marmota de Pennsylvania que sale en la película “Atrapado en el tiempo”. De cierta manera, creo que Phil es la marmota auténtica. Pues Phil, para mi sorpresa, ha predicho, por primera vez desde 1998, que el invierno terminará antes...



Creo que he tengo un problema, pero la verdad es que no sé como solucionarlo. Diferentemente de alcohólicos y drogadictos (o incluso ninfómanos), no hay asociaciones que ayuden a los que comparten mi obsesión. Sin embargo, confío que cuando llegue la primavera se me pasará. Si la marmota Phil no me defrauda, terminará pronto – mientras tanto, sigo con atención la previsión del tiempo de las próximas semanas...

* * *
No que pierda demasiado dejando de seguir las noticias “serias”. Por ejemplo, si pensamos en lo que ha ocurrido en España esta semana, uno preferiría ver a las marmotas: en primer lugar, está la historia del suicidio de la hermana de la Leti. Los buitres de la llamada “prensa del corazón” se han abalanzado sobre la historia de una manera absolutamente inmoral, como ya imaginaba. Pero lo que no me esperaba era que diarios “serios”, como El País, dieran tanta cobertura al suceso. Sin emplear la palabra “suicidio”, los grandes periodistas del periódico más respetado de España se han limitado a informar al respetable que “la muerte se produjo por ingestión masiva de tranquilizantes” y que la difunta dejó “cinco cartas”. Con tanta información, ni hacía falta disimularlo más – hubieran debido poner la palabra “suicidio” en sus titulares, y en mayúsculas. Por aquí la cosa no va mucho mejor: la muerte de la ex playmate y viuda negra Anna Nicole Smith ha criado un revuelo que no os podéis imaginar...

Otro evento que no me he perdido fue la tardía confesión del ex presi Aznar de que “no, no existían armas de destrucción masiva en Irak” y que su error (y esto lo dijo con sorna) fue no haber sido tan listo de imaginarlo cuando todo el mundo (sic.) creía que dichas armas existían. Claro. ¿Quién lo imaginaría? Si las mentes más brillantes del Reino, como Aznar o Jiménez Losantos, no lo sospechaban, es que algo turbio existiría... Pero ya le tomará la confesión alguno de los obispos de la Conferencia Episcopal... "España, aparta de mí este cáliz".





Iván Rabanillo